Casi todo jugador de fútbol veterano estira su fama lo más posible. Sus opciones son sentarse en un set de televisión o radio como comentarista deportivo, o convertirse en entrenador de algún equipo con cierto protagonismo en la tabla. Pero lo que resulta extraño es verlo caminar por las calles de una provincia con su biblia en la mano, evangelizando a las familias en sus casas…
Así ZENIT encontró días atrás, al ex jugador del fútbol peruano César Cueto en la ciudad de Huancavelica, una provincia capital andina del Perú situada a 440 kilómetros de Lima y a 3.600 metros de altitud que casi permite tocar las nubes.
Los econometristas lo consideran el departamento con mayor pobreza económica del país. Pero no así en fe ni devoción; y César, junto al Camino Neocatecumenal lo saben bien.
¿Quién es este futbolista que llamó nuestra atención? No es otro que un ex seleccionado de la «blanquirroja» de la década de los años setenta y ochenta, que se midió en los campos con el «Pibe Valderrama» y con Maradona.
Esperanza de la hinchada nacional en dos mundiales, César Cueto fue campeón tres años con el Alianza Lima, y en Colombia una vez con el Atlético Nacional y otra con el América de Cali. Y no sólo eso, también fue catalogado en su tiempo por entendidos y aficionados como el «Poeta de la Zurda», por su capacidad casi superdotada de colocar la pelota en los pies de los delanteros, rompiendo incluso algunas leyes de la física…
Un papa para los futbolistas
Como se recordará, en el mes de agosto se jugó un partido de fútbol en honor del papa Francisco en Roma. Lo disputaron las selecciones de Argentina e Italia, con el triunfo de los ‘gauchos’ ante la resignación de los ‘azurri’. Pero el santo padre, fiel a su estilo, los llamó a todos y antes de que empiece cualquier rivalidad les dijo unas palabras…
Les habló del ejemplo que debe dar el jugador, del modo en que debe manejar su fama, la importancia de la camaradería y de Dios. Ya a los jugadores del equipo de sus amores, el San Lorenzo de Almagro, les había escrito un carta en marzo pasado donde les pedía que piensen en Jesús, que confíen en Él más allá de los campos deportivos, y que vivan una «sana competitividad y respeto mutuo».
«Todos los futbolistas estamos felices con Francisco», nos dijo César. «Así como lo estuvieron los poetas con Juan Pablo II o los músicos con Benedicto XVI, ahora los ojos de los deportistas se han fijado en el papa, sean creyentes o no». Y entonces vemos en su mirada una doble ilusión: «Tengo a Cristo y tengo un papa».
Es que a César Cueto, Dios le dio todo. Tuvo fama, dinero, familia y la ovación de estadios llenos. Visitó tres continentes con su selección de fútbol y alzó varias copas como artífice de cada triunfo. No había portada o álbum de figuritas donde no apareciera (aún no habían «memes» ni Twitter que lo encumbraran más). Pero cómo él mismo nos contó…, faltaba algo en su vida: le faltaba su Iglesia.
Dejar todo por Cristo
César nos advierte que cuando uno es joven y famoso, piensa que todo va bien, que incluso te lo mereces, y que eso debe vivirse al máximo. Se piensa en el futuro sí, pero para darle cosas materiales a tus hijos y dejarlos bien asegurados. «Vives según tus propias ideas y no según las de Dios».
En medio de tantos aplausos, toques y goles, la familia de nuestro jugador se estaba destruyendo sin darse cuenta, y por lo tanto él mismo. Fue así como a través de un chispazo, semejante a uno de los pases magistrales que él mismo daba hasta el pie del goleador para que anote, alguien del barrio lo invitó a una catequesis del Camino Neocatecumenal en su parroquia. Así empezó el alargue…
«Allí me anunciaron el amor de Dios, descubrí su misericordia, curé heridas y empecé a caminar por muchos años hasta hoy», nos relata con más emoción que cuando recibía los premios como mejor jugador del año.
Hoy tiene otra hinchada, la de su comunidad que lo admira, lo sostiene y lo escucha. Su familia está salvada y estable, lo que le permite ir en busca de nuevos triunfos, de nuevos creyentes que estén dispuestos a escuchar la palabra de Dios e integrarse en una comunidad para iniciar el camino hacia Cristo. Se siente misionero y sale cada vez que lo envían, viaja por semanas y regresa aún con más ilusión.
César no es rico porque renunció a alargar la fama que le daba el fútbol. «Muchos me preguntan porqué no me hice entrenador», y se ríe… Sonrisa cómplice por la respuesta que les da a todos: «Mejor es anunciar a Cristo».
El pitazo final
Esperábamos estar ante un futbolista como él, para preguntarle por qué Francisco les pidió a los jugadores que recen para que el papa «juegue limpio» el partido que le toca…
«Porque en el campo toda competencia debe ser leal, debe ganar el mejor, con respeto al rival, escuchando al otro y sin pelear», nos explicó al mejor estilo de un director técnico (o espiritual).
Además, «sin nada de patadas», bromeó.
Y tú, ¿qué trofeo aún esperas ganar?, le dijimos antes de que retome sus visitas por las casas.
«A estas alturas del partido…, le pido a Dios que me conceda hacer su voluntad, confiar cada día más en Él y rezar. Quiero trabajar y arriesgar por el Señor, dejar todo, y caminar con mi comunidad, que es lo mejor que me ha sucedido en la vida».
Vale la pena un tiempo suplementario para todos, ¿no?