ROMA, viernes 17 febrero 2012 (ZENIT.org).- Maria Anna Cope (1838-1918), religiosa alemana de las Hermanas de la Tercera Orden Franciscana de Syracuse (Nueva York), pasó largos años al servicio de los leprosos de Molokai, en las islas Hawai, por lo que es conocida como la madre Marianne de Molokai.
Benedicto XVI anunciará este sábado 18 de febrero la fecha de su canonización. Fue beatificada al principio de su pontificado, el 15 de mayo de 2005.
Barbara Cope nació el 23 de enero de 1838 en Heppenheim, Hessen-Darmstadt, en Alemania, en una familia de agricultores. Sus padres emigraron a Estados Unidos y se establecieron en Utica, estado de Nueva York, cuando ella tenía tres años.
Desde los quince años, deseaba entrar en un convento pero tuvo que ocuparse de sus hermanos más pequeños, haciendo caído sus padres gravemente enfermos. Por tanto, postergó su proyecto algunos años.
En 1860, una rama de las Hermanas de San Francisco de Filadelfia se estableció en Utica y en Syracuse, cerca de Nueva York y, a los 24 años, entró en esta congregación e hizo sus votos, tomando el nombre de Maria Anna.
El apostolado de esta congregación consistía sobre todo en la educación de los hijos de los inmigrantes alemanes. Fue encargada de abrir y dirigir nuevas escuelas.
Más tarde, la comunidad fundó los primeros hospitales generales en Estados Unidos que alcanzaron un gran renombre. Fundaron cincuenta.
En ellos, las hermanas ofrecían asistencia a los enfermos sin distinciones. La madre Cope se ocupaba especialmente de los alcohólicos y las madres solteras, pues deseaba servir entre “los más pobres de entre los pobres”.
En 1877, fue elegida provincial de su congregación y reelegida en 1881.
En 1883, fue la única en aceptar trasladarse a las islas Hawai para asistir a los leprosos, dado que otras cincuenta comunidades contactadas habían rehusado.
Su obra en favor de los enfermos y sin techo de las Hawai fue muy importante, mientras que en 1884 el gobierno le pidió crear el primer hospital general en la isla de Maui.
En 1889, tras la muerte de san Damián de Veuster, aceptó encargarse del hogar para los muchachos, además de su trabajo con mujeres y niñas.
Vivió así durante treinta años en un lugar aislado de la isla Molokai, exiliada voluntaria con sus pacientes. Gracias a ella, el gobierno promulgó leyes para proteger a los niños, y los enfermos de lepra recuperaron su dignidad y la alegría de vivir.
Los historiadores de su tiempo hablan de ella como de una “religiosa ejemplar, de corazón extraordinario”. Sólo buscaba cumplir la voluntad de Dios, no deseaba obtener reconocimientos; su divisa era: “Únicamente por Dios”.
Por Anita Bourdin