“Una vez lo vi multiplicar los alimentos, como hizo Jesús con los panes y peces. Era octubre de 2012”. Lo cuenta Evangelina Himitian, biógrafa de Bergoglio, que escribió el libro «Francisco el Papa de la Gente», en un artículo del diario vaticano L’Osservatore Romano titulado «La multiplicación de las empanadas».
Se trata de empanadas, claro, y podría ser que las que recogió entre los presentes hubieran bastado para saciar a los periodistas que llegaron tarde. De todos modos, más allá del milagro o menos, del que la autora se muestra convencida, es claro que el entonces arzobispo prestaba atención a todos los presentes, incluso los que llegaron tarde y se prodigaba en servirlos.
“Colaboraba con la oficina de prensa de los encuentros entre católicos y evangélicos –escribe Himitian– del cual el padre Bergoglio era uno de los organizadores. En el estadio en el que se realizaba, la administración no dejaba introducir comida, por lo que durante las pausas, los presentes tenían que comprar para comer allí en el lugar. No había mucho para elegir: solamente había empanadas”.
Precisa la autora que era un día de fiesta nacional y no había en programa otros eventos. Alguien invitó a Bergoglio a almorzar en la zona bastante exclusiva de Puerto Madero, a pocos pasos del estadio. Pero el cardenal de Buenos Aires dijo que prefería quedarse con todos los participantes.
“Cuando nosotros los periodistas nos tomamos una pausa para almorzar ya era un poco tarde y no había quedado casi nada. Mientras recorríamos la sala en donde se servían los alimentos, Bergoglio se acercó y nos saludó a cada uno. Nos habíamos sentado en la última mesa. La camarera nos trajo un plato con cinco empanadas, pero nosotros éramos ocho. Alguno tomó la iniciativa y empezó a cortarlas por la mitad. Compartir era el espíritu del encuentro y además no había otra posibilidad”.
E Himitian prosigue: “Bergoglio que estaba en una mesa de la otra parte de la sala vio nuestros movimientos y entendió. Se levantó y le preguntó a los otros si habían terminado de almorzar. Recuperó de las manos de los pastores y sacerdotes las últimas empanadas, las reunió en un plato y nos las trajo. Conmovidos por su gesto premuroso, nos sentimos elogiados y anonadados”. La autora no tiene dudas: “Había multiplicado el alimento”.
«Aquél pequeño milagro suyo nos quedó impreso en el corazón. El hombre que hoy ocupa el solio de Pedro había visto una necesidad y la había llenado, mientras ningún otro se había dado cuenta», concluye la biógrafa.