YAOUNDÉ, jueves 19 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- «Jesucristo revela a los enfermos el lugar que éstos tienen en el corazón de Dios y en la sociedad·. Así lo afirmó el Papa Benedicto XVI en su encuentro esta tarde con los enfermos del Centro para Discapacitados «Cardenal Paul Emile Léger» de Yaoundé (Camerún), en esta tercera jornada de su viaje apostólico a África.
El Papa se dirigió a los enfermos y personal de este centro, una institución sanitaria destinada a la rehabilitación de discapacitados fundada en 1972 por el purpurado canadiense del que recibe el nombre.
Se dirigió especialmente a «aquellos que llevan en su carne los signos de la violencia y de las guerras», así como a «todos los enfermos, y especialmente aquí en África, que son víctimas de enfermedades como el sida, la malaria, la tuberculosis».
«Sé bien que entre vosotros la Iglesia católica está fuertemente empeñada en una lucha eficaz contra estas terribles plagas, y la animo a proseguir con determinación esta obra urgente», afirmó.
Ante ellos, el Papa dedicó su discurso a hablar sobre el sentido del sufrimiento humano: «Ante el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, el hombre está tentado de gritar bajo efecto del dolor», afirmó. «Cuando nuestra condición se degrada, la angustia aumenta; algunos se ven tentados de dudar de la presencia de Dios en su existencia».
«En presencia de sufrimientos atroces, nos sentimos desprovistos y no encontramos las palabras adecuadas. Ante un hermano o hermana inmerso en el misterio de la Cruz, el silencio respetuoso y compasivo, nuestra presencia sostenida por la oración, un gesto de ternura y de consuelo, una mirada, una sonrisa, pueden hacer más que muchos discursos».
En este sentido, el Papa recordó la figura de Simón de Cirene, de quien los Evangelios relatan que fue obligado a llevar la cruz de Jesús por los soldados romanos camino del Calvario.
El Cireneo «era africano», recordó el Papa, y «a él le tocó, aunque involuntariamente, ayudar al Hombre de dolores, abandonado por todos los suyos y entregado a una violencia ciega».
«La historia recuerda por tanto que un africano, un hijo de vuestro continente, participó con su propio sufrimiento, en la pena infinita de Aquel que redimió a todos los hombres, incluyendo a sus perseguidores», observó.
Simón de Cirene «no podía saber que él tenía a su Salvador ante los ojos», explica el Papa. «Fue obligado a ayudarle. Es difícil aceptar llevar la cruz de otro. Y sólo tras la resurrección él pudo comprender lo que había hecho».
«Así es para cada uno de nosotros, hermanos y hermanas: en el corazón de la desesperación, de la rebelión, Cristo nos propone su presencia amable aunque nos cueste entender que él está cerca. Sólo la victoria final del Señor nos desvelará el sentido definitivo de nuestras pruebas», añadió el Papa.
«Fijemos nuestra mirada en el Crucificado, con fe y valor, porque de él provienen la vida, el consuelo, las curaciones. Sepamos mirar a Aquel que quiere nuestro bien y sabe enjugar las lágrimas de nuestros ojos; sepamos abandonarnos en sus brazos como un niño en los brazos su madre».
El Papa pidió a los presentes que «sepan reconocer a este Simón de Cirene» en «todo africano y toda persona que sufre y que ayuda a Cristo a llevar su cruz subiendo con Él al Gólgota para resucitar un día con Él».
Se dirigió también al personal sanitario del Centro, y les recordó que les compete a ellos «poner por obra todo aquello que sea legítimo para aliviar el dolor», así como «proteger la vida umana, desde su concepción hasta su muerte natural».
«Para todo hombre, el respeto a la vida es un derecho y al mismo tiempo un deber, porque toda vida es un don de Dios», añadió.
Antes de despedirse de los presentes, el Papa les deseó «que ninguno de vosotros se sienta jamás solo. Toca a cada hombre, creado a imagen de Cristo, hacerse prójimo de quien está cerca de él».
Por Inma Álvarez