SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 26 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Trampas para los jóvenes».
TRAMPAS PARA LOS JÓVENES
VER
Nos quejamos de la juventud. Decimos que los jóvenes están desorientados. Muchos padres ya no se atreven a dar consejos a sus hijos, porque éstos tienen más estudios que ellos; han viajado más y conocen otros mundos; menosprecian la sabiduría tradicional de su familia. Al salir de sus comunidades, copian modelos de vida ajenos a su cultura, para no sentirse menos que los otros jóvenes, evitar ser discriminados y darse valor a sí mismos; caen hipnotizados por falsos dioses, por los nuevos ídolos.
En los «Desiertos Juveniles», que son retiros espirituales y pastorales que damos a los jóvenes, uno de los temas es sobre las tentaciones que les asechan. Lo imparte uno del equipo, para compartir su experiencia y advertir los peligros de dejarse llevar por la corriente. Si hacen lo que todos hacen, se «acorrientan», van de bajada, pues ninguna corriente de los ríos va hacia arriba. Contagiarse del ambiente pecaminoso, es contaminarse.
JUZGAR
En Sidney, Australia, el Papa Benedicto XVI dijo a los jóvenes: «A veces la gente adora a ‘otros dioses’ sin darse cuenta. Los falsos ‘dioses’, cualquiera que sea el nombre, la imagen o la forma que se les dé, están casi siempre asociados a la adoración de tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder. Permitidme que me explique.
Los bienes materiales son buenos en sí mismos. No podríamos sobrevivir por mucho tiempo sin dinero, vestidos o vivienda. Para vivir, necesitamos alimento. Pero, si somos codiciosos, si nos negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos y los pobres, convertimos nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra sociedad materialista, muchas voces nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el mayor número de bienes posible y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa transformar los bienes en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, traen la muerte.
El amor auténtico es evidentemente algo bueno. Sin él, difícilmente valdría la pena vivir. El amor satisface nuestras necesidades más profundas y, cuando amamos, somos más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Pero, qué fácil es transformar el amor en una falsa divinidad. La gente piensa con frecuencia que está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a manipularlo. A veces trata a los otros más como objetos para satisfacer sus propias necesidades que como personas dignas de amor y de aprecio. Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto de sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas. Esto supone adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.
El poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos rodea es ciertamente algo bueno. Si lo utilizamos de modo apropiado y responsable nos permite transformar la vida de la gente. Toda comunidad necesita buenos guías. Sin embargo, qué fuerte es la tentación de aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar a los otros o explotar el medio ambiente natural con fines egoístas. Esto significa transformar el poder en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.
El culto a los bienes materiales, el culto al amor posesivo y el culto al poder, lleva a menudo a la gente a ‘comportarse como Dios’: intentan asumir el control total, sin prestar atención a la sabiduría y a los mandamientos que Dios nos ha dado a conocer. Este es el camino que lleva a la muerte. Por el contrario, adorar al único Dios verdadero significa reconocer en él la fuente de toda bondad, confiarnos a él, abrirnos al poder saludable de su gracia y obedecer sus mandamientos: este es el camino para elegir la vida».
ACTUAR
¡Basta de quejas contra los jóvenes! Ofrezcámosles alternativas, caminos, luces. No son malos de por sí. Muchos son generosos de corazón y están abiertos a retos nobles. Advirtámosles de las trampas de este mundo de pecado, pero invitémosles a vocaciones entusiasmantes, como el sacerdocio y la vida consagrada. Presentémosles a Jesús y se apasionarán por él y por los pobres.
Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas