NUEVA YORK, miércoles, 23 abril 2008 (ZENIT.org).- La Santa Sede a advertido en las Naciones Unidas que las políticas internacionales y nacionales no pueden considerar a los emigrantes como simples estadísticas económicas, olvidando sus angustias y dificultades.
El arzobispo Celestino Migliore, observador permanente de la Santa Sede, afrontó el argumento al intervenir ante la última reunión del Consejo Económico y Social celebrada en Nueva York dedicada en particular a la emigración de zonas rurales a centros urbanos.
Como el representante papal constató, la humanidad vive un momento histórico pues por primera vez el número de habitantes de ciudades superará pronto al de los que viven en el campo.
E inmediatamente el prelado alertó ante la gran tentación que sufren algunos gobiernos de promover o tolerar este fenómeno pues de esta manera se facilita el acceso a servicios básicos comunes, desde el transporte hasta el agua potable, con indudables repercusiones para la economía.
Sin negar estas ventajas, reconoció también los enormes peligros que conlleva el fenómeno: «nuevos problemas ambientales, sociales y económicos surgen con el nacimiento de las «mega-ciudades». Pero la consecuencia más apremiante y dolorosa de la rápida urbanización es el aumento de personas que viven en los cinturones de pobreza».
«En el año 2005, más de 840 millones de personas en el mundo vivían en estas condiciones», denunció.
«Al faltarles casi todo, estos individuos pueden perder el sentido de su propio valor y de su inherente dignidad. Quedan atrapados en un círculo vicioso de extrema pobreza y marginación. Invaden propiedades del Estado o de los demás. Se sienten sin el poder de contar con los servicios públicos más básicos».
«Los niños no van a la escuela sino a escarbar en basureros buscando encontrar algo que les permita vivir a duras penas. Los responsables políticos y la sociedad civil deben poner a estas personas y sus preocupaciones entre las prioridades de sus decisiones».
Por este motivo, el embajador del Papa en el «palacio de cristal» aseguró que «al afrontar las cuestiones de la emigración y el desarrollo tenemos que poner en primer lugar las necesidades y las preocupaciones de las personas».
«Poner la persona humana al servicio de consideraciones económicas o ambientales crea el efecto inhumano de tratar a las personas como meros objetos y no como sujetos», recalcó.
«Al buscar los modos para afrontar los serios desafíos que plantean las migraciones masivas internas y transnacionales, no hay que olvidar que en el corazón de este fenómeno se encuentra la persona humana», siguió recordando
«Por tanto –propuso–, deberíamos afrontar los motivos por los que la gente emigra, los sacrificios que hace, las angustias y las esperanzas que acompañan a los emigrantes».
«La migración con frecuencia produce tensión a los emigrantes, pues dejan atrás sus familias y amigos, las redes socio-culturales y espirituales», informó.
«Si queremos alcanzar los Objetivos para el Desarrollo del Milenio antes del año 2015, hay que preocuparse más por esas comunidades, en las que aproximadamente 675 millones de personas siguen careciendo de agua salubre y dos millones viven sin acceso a la sanidad básica», remachó.
Por eso, concluyó, «las políticas nacionales e internacionales deberían asegurar que las comunidades rurales tengan acceso a una mayor calidad de vida y a más servicios sociales».
Por Jesús Colina