(ZENIT – Madrid).- Es ley de vida. Los hijos tienden a parecerse a sus padres. Es también ley de familia, puesto que incluso cuando no son biológicos y los rasgos son distintos, los hijos adoptan actitudes y ademanes calcados a los de sus progenitores.
Es muy posible que Jesús tuviese un gran parecido a san José. El modo de frotarse los ojos o de fruncir el ceño, así como los gestos más intrascendentes muestran la filiación de manera parecida a como lo hacen los rasgos físicos del rostro; los modos de expresar los distintos sentimientos o emociones delatarían esa peculiar filiación que le unía a su padre virginal.
La bula papal El Rostro de la Misericordia comienza con estas palabras: «Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre». La filiación divina no tiene fundamento biológico. Aquel cuyo alimento es hacer la voluntad del Padre refleja a la perfección su querer. Y este querer no es otro que su misericordia.
Se desprende que también nosotros podemos ser rostro de Dios para los demás en la medida que seamos sus hijos; y lo seremos en la medida que vivamos la misericordia. No vivimos la misericordia porque seamos hijos. Más bien es al revés, es la misericordia la que nos configura con Cristo y nos transforma en hijos de Dios. Es cierto que es el Bautismo el sacramento que nos hace ser hijos de Dios, pero sólo la práctica de la misericordia nos hace parecernos a Cristo y como Él ser para los demás el rostro de la misericordia del Padre.
Angeles con la Sagrada Faz (ZENIT- cc - iglesia de San Gioacchino in Prati - Roma)
También podemos ser Rostro del Padre
Catequesis para toda la familia