Amós 8, 4-7: “Contra los que hoy obligan al pobre a venderse”
Salmo 112: “Que alaben al Señor todos sus siervos”
San Lucas 16, 1-13: “No pueden ustedes servir a Dios y al dinero”
Un turista se queda asombrado: “¿Cómo han podido transformar aquella pequeña y atractiva ciudad en una gran cantina?” Después de algunos años de no visitar San Cristóbal, esperaba encontrar la tranquilidad y la armonía que flotaban en sus recuerdos y se queda sorprendido de que ahora todo es negocio, drogas, alcohol, diversión y como si no pasara nada. “Me parece que les ha ganado la ambición y van a matar a la gallina de los huevos de oro. No se puede jugar con la vida de los ciudadanos, no se puede privilegiar el dinero sobre las personas, no se puede despreciar a los pequeños hasta humillarlos, como yo lo he visto”. Me explica, lleno de asombro, cómo, al no poder dormir por el ruido infernal que producen los antros hasta altas horas de la madrugada o hasta ya muy avanzada la mañana, contempló a unos pequeños niños indígenas de 7 u 8 años que esperaban a la puerta de los centros nocturnos con su cajita de “dulces y cigarros”, sin ninguna protección, expuestos al humor cambiante de los borrachos que salían a su encuentro. “Han preferido el dinero a las personas y a la paz”, concluye tristemente.
Comprobado, en nuestra patria el terrible camino de la corrupción ha llegado a tal grado que nos parece natural. Y ahora nos viene Jesús con esta narración que precisamente habla de corruptos ¿Cómo puede Jesús alabar a un administrador que ha engañado y robado? Ya me imagino la justificación que encontrarán en estas palabras todos aquellos que son acusados de malversar los fondos públicos. La corrupción ha llegado a todos los partidos y a todas las sociedades. Nadie escapa. Uno de los peores enemigos del progreso de nuestros pueblos es la corrupción, el mal uso de los recursos públicos, incluso de bienes destinados a los más pobres y desfavorecidos. El Papa Francisco denuncia: “Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”. Es alarmante el nivel de la corrupción en las economías que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que se suma una notable falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. En muchas ocasiones la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del narconegocio y por otra parte viene destruyendo el tejido social y económico en regiones enteras.
Ya los Obispos en Aparecida nos señalaban: “Un gran factor negativo en buena parte de la región es el recrudecimiento de la corrupción en la sociedad y en el Estado, que involucra a los Poderes Legislativos y Ejecutivos en todos sus niveles, y alcanza también al sistema judicial que a menudo inclina su juicio a favor de los poderosos y genera impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las instituciones públicas y aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se une a un profundo desprecio de la legalidad. En amplios sectores de la población y particularmente entre los jóvenes crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron o se cumplieron sólo a medias”. Todo esto que afirmaban de nuestro Continente, es dolorosamente real en nuestro país.
Tenemos pues que reconocer que esta apreciación también es cierta en nuestra Patria. Pero también encontramos prácticas desleales en los grandes consorcios, que a base de trampas y tratos preferenciales, se van adueñando de todo. Va creciendo una globalización que comporta el riesgo de la voracidad de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo. No hay otros valores que el propio provecho.
¿Es esto lo que Jesús propone como ejemplo? Todo lo contrario, si leemos con atención, no solamente las palabras de este párrafo sino todo su contexto, encontramos una durísima crítica al dinero que es llamado “injusto” y la propuesta de Jesús es “con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo”. Ciertamente no alaba al administrador por sus trampas, sino por el ingenio y la astucia para hacerse amigos. Nosotros ahora también tendríamos que cuestionarnos seriamente sobre nuestro empeño en crear y favorecer la construcción del Reino de Dios, frente al ingenio y la astucia de quienes entregan su vida a la construcción del reino del dinero. Cristo hace una clara oposición entre estos dos reinos. Nosotros con frecuencia nos vemos tentados a unirlos y hasta confundirlos. Debemos tener una clara distinción, no sólo teórica, sino sobre todo en la práctica. No podemos servir a Dios y al dinero.
Jesús recalca hoy el peligro de endiosar las riquezas mal habidas, pero también nos hace ver que pueden ser redimidas, siempre y cuando se usen con creatividad para hacer el bien a los pobres, como fue el caso del administrador que había malgastado los bienes de su amo. Se alaba su astucia, no su corrupción interesada.
El profeta Amós, en la primera lectura, es todavía más claro al exponernos el mensaje del Señor: “Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo… los que disminuyen las medidas y aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo… Yo no olvidaré jamás ninguna de estas acciones”. Estas palabras vienen a dar el verdadero sentido de la parábola de Jesús. El dinero sólo puede ser bien utilizado a favor de los que menos tienen y los más desprotegidos. Nunca puede valer más el dinero que la persona.
Quizás nosotros no tengamos grandes sumas de dinero, pero debemos examinarnos bien en nuestros pequeños o grandes fraudes, en la corrupción que generamos o toleramos, en la complicidad con un mundo que olvida cada día a los más pobres. La corrupción se da todos los días en el trabajo, en la familia y en las relaciones. Es cuestionante el Evangelio sobre el poder del dinero que embelesa y destruye. El Evangelio es servicio, es fraternidad y es compartir ¿Qué lugar le damos a Dios? ¿Qué lugar le damos al dinero?
Padre Bueno, que nos has regalado la riqueza de este mundo para construir una casa común donde todos tengan techo, trabajo y tierra, concédenos descubrir, siguiendo el ejemplo de tu Hijo, nuestra misión de custodios y servidores de la humanidad. Amén.