(ZENIT – Roma).- En el campo de refugiados de Moria, que hospeda unas 2500 refugiados, después de los discursos del patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I y del arzobispo de Atenas, Jerónimo II, el papa Francisco dirigió unas palabras a los refugiados allí presentes.
«No están solos», les dijo el Santo padre y señaló que sabía cuales eran las situaciones que les obligaron a partir de sus tierras, así como del sacrificio que hacían por sus familias. Subrayó la generosidad de tantas personas griegas o que han venido de otros lugares para ayudarlos. Y les animó: «¡No pierdan la esperanza!».
Texto del discurso del Papa:
«Queridos amigos. He querido estar hoy con ustedes. Quiero decir que no están solos. En estas semanas y meses, han sufrido mucho en la búsqueda de una vida mejor. Muchos se han visto obligados a huir de situaciones de conflicto y persecución, sobre todo por el bien de los propios hijos, de los pequeños.
Han hecho grandes sacrificios por las propias familias. Conocen el sufrimiento de dejar todo lo que amam y, quizás lo más difícil, no saber qué depara el futuro. Son muchos los que aguardan en campos o ciudades, con la esperanza de construir una nueva vida en este Continente.
Como hombres de fe, deseamos unir nuestras voces para hablar abiertamente en vuestro nombre. Esperamos que el mundo preste atención a estas situaciones de necesidad trágica y verdaderamente desesperadas, y responda de un modo digno de nuestra humanidad común.
Dios creó a la humanidad para ser una familia; cuando uno de nuestros hermanos y hermanas sufre, todos estamos afectados. Todos sabemos por experiencia con qué facilidad algunos ignoran los sufrimientos de los demás o, incluso, llegan a aprovecharse de su vulnerabilidad.
Pero también somos conscientes de que estas crisis pueden despertar lo mejor de nosotros. Lo han comprobado y con el pueblo griego, que ha respondido generosamente a vuestras necesidades a pesar de sus propias dificultades. También lo han visto en muchas personas, especialmente en los jóvenes provenientes de toda Europa y del mundo que han venido para ayudar. Sí, todavía queda mucho por hacer. Pero demos gracias a Dios porque nunca nos deja solos en nuestro sufrimiento. Siempre hay alguien que puede extender la mano para ayudarnos.
Este es el mensaje que quiero dejar hoy: ¡No pierdan la esperanza! El mayor don que nos podemos ofrecer es el amor: una mirada misericordiosa, la solicitud para escucharnos y entendernos, una palabra de aliento, una oración. Ojalá que puedan intercambiarse mutuamente este don. A nosotros, los cristianos, nos gusta contar el episodio del Buen Samaritano, un forastero que vio un hombre en necesidad e inmediatamente se detuvo para ayudarlo. Para nosotros, es una parábola sobre la misericordia de Dios, que se ofrece a todos, porque Dios es «todo misericordia».
Es también una llamada para mostrar esa misma misericordia a los necesitados. Ojalá que todos nuestros hermanos y hermanas en este Continente, como el Buen Samaritano, vengan a ayudaros con aquel espíritu de fraternidad, solidaridad y respeto por la dignidad humana, que los ha distinguido a lo largo de la historia.
Queridos amigos, que Dios les bendiga a todos y, de modo especial, a vuestros hijos, a los ancianos y a aquellos que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Les abrazo a todos con afecto. Sobre ustedes y quienes les acompañan, invoco los dones divinos de fortaleza y paz».
A continuación los tres líderes religiosos firmaron un documento.