El paso del Ecuador de cada año natural nos presenta un mes de junio con una luz muy especial. Una luz de un rojo intenso, contenida en un Corazón, con mayúscula, que late de Amor.
Se trata del Sagrado Corazón de Jesús, ése que quiere ser la fortaleza de todo hombre y mujer de buena voluntad y que hace que desaparezca cualquier temor aquí en la Tierra ante cualquier obstáculo o dificultad.
¡No es una ilusión, no, es un corazón de carne de un Dios que se hizo hombre y que sigue presente en el Cielo una vez resucitado y ascendido, el corazón sacratísimo de Jesucristo!
Devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Ya en el siglo XI, los cristianos reflexionaban –rezaban– acerca de las cinco llagas infligidas a Jesucristo durante su Pasión. Esa reflexión llevó a incrementar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, del que manó esa sangre que supuraron las llagas fruto de su padecimiento en la Cruz.
En el siglo XVII se celebró la primara fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. El 16 de junio de 1675 santa Margarita María de Alacoque tuvo una revelación de Jesucristo, que le mostró su Sagrado Corazón ardiendo en llamas de amor, coronado de espinas, abierto en heridas que brotaban sangre, y emergiendo del mismo una cruz. Antes había tenido más revelaciones, cuyo contenido se ciñó a animar a la santa a divulgar el amor de Cristo a los hombres, figurado en un corazón de carne. Le comunicó, como práctica de piedad específica a su Sagrado Corazón, la recepción de la Eucaristía el primer viernes de cada mes.
En otra revelación a la santa Jesús le hizo ver que cada año se celebrase la fiesta del Sagrado Corazón el viernes siguiente a la solemnidad de Corpus Christi –santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo–.
La fiesta fue formalmente aprobada para toda la Iglesia en 1873, otorgándose una serie de indulgencias –beneficios o gracias espirituales–, entre las que destaca la indulgencia plenaria –remisión total de la pena temporal pendiente de purificación tras el perdón de los pecados– por la recepción de la Comunión en la Santa Misa durante nueve primeros viernes de mes seguidos.
Durante el mes de junio –en junio se apareció Jesús a santa Margarita María–, y en particular en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, contemplamos cómo el amor de Dios Hijo se traduce en gestos muy cercanos a los hombres. Dios no se dirige a nosotros con actitud de poder y de dominio, más bien se acerca a nosotros exhibiendo un corazón amante, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres (Phil II, 7).
Jesús jamás se muestra lejano o altanero, aunque en sus años de predicación le veremos a veces disgustado, porque le duele la maldad humana. Pero, si nos fijamos un poco, advertiremos que su enfado y su ira nacen del amor: son una invitación más para sacarnos del pecado.
La belleza del Sagrado Corazón
Existe una referencia tradicional –oración, a fin de cuentas–, que dice “¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío!”. Natural… por su atractivo y por la seguridad que da contar con el mismo corazón de Dios hecho hombre.
Ya los profetas anunciaban la voluntad misericordiosa de Dios de convertir el corazón del hombre gracias a ese Corazón de su Hijo, que enviaría en tiempo propicio: os dará un corazón nuevo y os revestiré de un nuevo espíritu; os quitaré vuestro corazón de piedra y os daré en su lugar un corazón de carne (Ez XXXVI, 26). Dios quiere darnos su amor plenamente, y lo hace a través del Corazón de Cristo, en el que uno halla tesoros inagotables de amor, de misericordia, de cariño.
Sabemos que la fuente de todas las gracias es el amor que Dios nos tiene y que nos ha revelado, no exclusivamente con las palabras, también con los hechos. Y el hecho más claro de ese amor es que asuma nuestra carne, nuestra condición humana, menos el pecado. Que tome carne y por tanto que cuente con un corazón capaz de amar –en su caso, por ser Dios, incapaz de odiar–, de gozar o sufrir, como el nuestro…
Su Sagrado Corazón, referente para los nuestros
Jesucristo, perfecto hombre, tuvo corazón y experimentó lo que ello conlleva.
No hay mayor muestra de amistad, mayor aspiración del corazón, que dar la vida por el amigo, cosa que hizo nuestro Amigo, Jesucristo. ¿Y de dónde fluyó sangre y agua en el último suspiro de Dios en la Tierra consumando la obra de salvación del hombre?: del Corazón de Cristo.
Las crisis por las que podamos atravesar personalmente, o la Humanidad entera, son las crisis del corazón del hombre, que no aciertan –por miopía, por egoísmo, por estrechez de miras– a vislumbrar el insondable amor de Jesús. Nos invade un egoísmo que impide amar y por tanto reflejar el amor del Corazón de Cristo.
El corazón es considerado como el resumen y la fuente, expresión y fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Decimos con toda normalidad que “un hombre, una mujer, vale lo que vale su corazón”.
Otra frase de calado, y que resume la función del corazón, también del de Cristo, es: “El corazón no sólo siente; también sabe y entiende”. En ocasiones, según nos muestran los Evangelios, Jesús, aunque no siente –porque su corazón no siente–, sabe y entiende que debe cumplir la voluntad del Padre y llevar a cabo su misión en la Tierra. La ocasión más representativa de esa actitud, si cabe, es la de la oración en el Huerto de los Olivos, momento en que su humanidad santísima se revela a tomar la cruz y morir en ella –su corazón no quiere porque no siente o apetece–. Pero lo hace.
Para conocer y poder profundizar en el corazón de Cristo es necesaria la Fe, y una actitud humilde, que reconozca la excelencia de su Corazón y la pequeñez del nuestro. Así lo recoge san Agustín: nos has creado, Señor, para ser tuyos, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti (S. Agustín, Confessiones, 1, 1, 1, PL 32, 661).
Un solo corazón que ama a Dios y a los hombres
Amaremos a Dios con el mismo corazón con el que amamos a nuestros seres queridos. ¡No tenemos otro! Por eso hay que ser muy humanos para ser muy “divinos”, sobrenaturales. Y, naturalmente, cuanto más unidos a Dios seremos más “humanos”.
El amor humano, cuando es verdadero, nos ayuda a saborear el amor divino. Y viceversa, el amor divino nos empuja a amar humanamente, siendo comprensivos, teniendo detalles con el prójimo; en definitiva, amando auténticamente. Solo siendo sensibles ante el dolor y la necesidad ajena podemos entender la esencia del Corazón sacratísimo de Cristo. ¡De ahí el atractivo de la Humanidad Santísima de Cristo, que descubrimos con tanta luz en los Santos Evangelios!
Cristo, maestro de amor, vuelca su corazón en el nuestro, si nosotros humildemente, y en ejercicio de la Fe recibida, como decíamos, se lo permitimos.
Durante el mes de junio, y en particular en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, contamos con una ocasión propicia para pedir al Señor que nos conceda un corazón a la medida del suyo. ¡Modo certero de alcanzar la felicidad a la que estamos llamados! Ocasión única en esta coyuntura de pandemia mundial para pedir a ese Sacratísimo Corazón que todo el mundo halle en él caminos de vida, alegría y esperanza.