(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 10.11.2025).- El Papa León XIV recibió el 8 de noviembre a quince supervivientes belgas de abusos sexuales clericales. El encuentro, concebido como un espacio de sanación, se convirtió en un momento de dolorosa honestidad durante casi tres horas, un encuentro que reveló no solo heridas abiertas durante mucho tiempo, sino también las esperanzas depositadas en el nuevo pontificado.
Según fuentes vaticanas, el Papa rezó con los supervivientes y los escuchó en lo que los testigos describieron como una conversación profundamente humana, a veces angustiosa. «La emoción en la sala era palpable», dijo uno de los participantes. «Nos preguntábamos si el nuevo Papa sería tan atento como su predecesor, o si tendríamos que empezar de cero».
Los supervivientes, la mayoría de los cuales se habían reunido con el Papa Francisco en 2024 durante su visita pastoral a Bélgica, habían esperado más de un año para este seguimiento. Esta vez, lo que buscaban no era solo empatía, sino una rendición de cuentas concreta. Sus conversaciones se centraron en tres temas urgentes: la destrucción de la fe causada por los abusos y el difícil camino hacia la reconstrucción espiritual; Las dificultades económicas que sufren muchas víctimas a raíz del trauma y la responsabilidad de la Iglesia de garantizar que tales crímenes no se repitan.
Lieve Brouwers, una de las asistentes, comentó que el grupo estuvo acompañado por miembros de la Comisión Pontificia para la Protección de Menores. Un superviviente, gravemente enfermo, recibió la unción de los enfermos de manos del propio Papa, un gesto de profunda ternura pastoral.
Sin embargo, más allá de la compasión, subyacía la tensión. El tema de la compensación económica, fuente de frustración entre las víctimas belgas desde hace tiempo, resurgió con fuerza. «Quedó claro que no considera el dinero como su principal preocupación», declaró Jan Puype, miembro del grupo que posteriormente habló con la televisión belga. «Pero le dije: “Usted es el líder de la Iglesia católica. Seguramente puede razonar con los obispos de Bélgica y pedirles que reconsideren nuestra ayuda financiera”. Una vez más, parecía un tira y afloja».
Según se informa, el Papa León XIII prometió escribir a los obispos belgas, pero admitió que su influencia era limitada. “Nos recordó que solo lleva seis meses en el cargo”, dijo otro participante, Jean Marc Turine, “y que aún está asimilando la situación”. Los supervivientes se marcharon con la sensación de haber sido escuchados, pero con incertidumbre, suspendidos entre la sinceridad del Papa y la inercia de la burocracia eclesiástica.
Tras la reunión se vislumbra una crisis más profunda en la jerarquía católica belga. Algunos participantes entregaron al Papa una carta en la que pedían la dimisión del arzobispo Luc Terlinden de Malinas-Bruselas, acusándolo de indiferencia hacia las víctimas. Para ellos, su liderazgo simboliza una cultura institucional más preocupada por minimizar los daños que por el arrepentimiento.
La Iglesia en Bélgica ha tomado medidas en los últimos años: creó la Fundación Dignidad en 2022 para financiar la psicoterapia de los supervivientes y mantiene programas de compensación que oscilan entre los 2.500 y los 25.000 euros. Pero las víctimas afirman que estas cifras son insultantes en comparación con una vida entera de sufrimiento. «Si se calcula el coste del trauma, de la salud y la fe perdidas», dijo uno, «se llega al menos a un millón de euros por persona. No exigimos esa suma, pero queremos que la Iglesia reconozca la magnitud de lo que nos fue arrebatado».
El desafío del Papa León no es nuevo, pero podría ser decisivo. Su predecesor, Francisco, hizo de la lucha contra los abusos uno de los pilares de su pontificado, pero los críticos afirman que la inercia institucional ha prevalecido sobre la reforma. Ahora, el joven pontífice estadounidense se enfrenta a una Iglesia europea donde las heridas son profundas y la desconfianza es inmensa.
El caso belga también pone de relieve los contrastes entre continentes. En Estados Unidos, donde las diócesis se han declarado en bancarrota bajo el peso de las demandas, la justicia ha sido impartida por los tribunales. En Europa, las reparaciones a menudo dependen de mecanismos internos de la Iglesia o de la mediación estatal: sistemas que muchas víctimas consideran más bien de autoprotección que de reparación.
Aun así, en medio de todo el dolor, hubo señales de gracia. Un sobreviviente describió cómo la oración del Papa al final «no fue una fórmula, sino un momento de silencio en el que presentó nuestro sufrimiento ante Dios». Otro dijo simplemente: «No prometió milagros. Pero se quedó. Escuchó».
Puede que esto no satisfaga a quienes buscan justicia, pero en la larga lucha entre la negación institucional y el arrepentimiento genuino, es importante. Para el Papa León XIV, cuyo pontificado comenzó en medio de expectativas de renovación, este encuentro no representó una audiencia más, sino una prueba de credibilidad.
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