Está convencido y lo dice abiertamente incluso si tiene que recoocer que «un dato como éste se debe vivir con angustia, más bien que con la tentación del triunfalismo».

«Por otra parte --añade--, en la Iglesia misma me parece que se da la conciencia de no poder asumir en sí toda la dimensión de la vida. Es angustiosa, en suma, la constatación de que sólo la Iglesia hoy sepa comunicar "sentido", es decir dar respuestas a las "preguntas sobre el sentido". ¿Dónde están los políticos? ¿Y los filósofos, los artistas, los mismos empresarios?».

¿Cuál debería ser el compromiso de la sociedad civil a la luz de los desafíos de valores lanzados por los jóvenes? «Nosotros filósofos --responde Cacciari--, políticos, empresarios, agentes sociales, deberemos ponernos en postura de profunda reflexión. Si no logramos dar sentido a lo que hacemos, la misma dimensión política (que debe permanecer distinta de la espiritual), perderá todo significado, no adquirirá ningún valor. Miremos a la cara a estos jóvenes. Nos dicen: dejad de hablar de aire frito, acabad con la charlatanería de la política, volved a las cosas que valen la pena».

A decir verdad, el mundo político no parece que se haya quedado indiferente. «Pero se ha limitado --indica el filósofo-- a decir: qué estupendos, estos chicos se comportan de modo educado. No basta. Lo que han representado los chicos es un drama».

¿El drama de la cruz? «Justamente. La cruz que es símbolo de contradicción y no de simple conciliación. La cruz de la que se ve no sólo el punto central, sino también los brazos que divergen hacia el infinito. De hecho, yo creo que el cristianismo es una paradoja. Y bien, si el cristiano no la ve y no la vive ya como tal, si la ve sólo como un modelo para el mundo, el cristianismo está acabado. Del resto, también la gran teología ha denunciado siempre que cuando a Cristo se le considera simplemente un ejemplo de buen comportamiento a imitar, el cristianismo fracasa».

Por lo que se refiere a la cobertura que han ofrecido los medios de comunicación, el filósofo considera que «los jóvenes no han sido interpretados en su autenticidad», pues no se ha puesto suficientemente de manifiesto «la dimensión espiritual del evento, que era y es indiscutible e incontestable».

¿Usted conoce a estos chicos? «Los conozco --responde Cacciari--. Con muchos de ellos he discutido, con algunos he trabajado. Sé por tanto que su profundidad va más allá de la presencia mediática. Es una búsqueda de diálogo, de interioridad, de pensamiento, de oración».

A los jóvenes en oración los hemos visto en las pantallas. «Sólo superficialmente --indica Cacciari--. No ha habido una valorización suficiente de estos aspectos. Y sin embargo se sabe que muchos jóvenes se encontraban por la tarde, quizá en pequeños grupos, en las iglesias romanas y rezaban y cantaban hasta tarde. Por otra parte, me doy cuenta de que subrayados como éstos son casi impracticables cuando uno se encuentra ante una muchedumbre tan grande de jóvenes».

Para este filósofo no constituye un problema el que se dé testimonio de la fe en grandes reuniones de personas. «Los elementos de "masa", aunque preferiría hablar de "coro", son absolutamente necesarios si se quiere estar también "en el mundo". Pero hay que mantener viva la tensión entre el "ser en el mundo" y el "no pertenecer al mundo", entre la dimensión espiritual del individuo y la del coro».

¿Qué relación ha emergido, a los ojos de un laicista como usted, entre la Iglesia y el mundo juvenil? «La Iglesia es hoy la única institución capaz de hablar a los jóvenes --responde--. Dicho esto, y admitiendo que no soy absolutamente nadie para juzgar, mantengo que hace falta de todos modos prestar atención a los procesos de identificación. Por ejemplo, entre estos jóvenes y el Papa. Juan Pablo II tiene dotes extraordinarias. Pero, como laicista, me pregunto: ¿Podrá nunca otro Papa repetir una relación así entre la Iglesia y el mundo?».