(ZENIT Noticias / Ciudad de México, 20.12.2024).- La Pastoral General de la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México organizó el Congreso Antorchista que se celebró los días 9 y 10 de diciembre por primera vez. Los Antorchistas guadalupanos son una parte de los 12 millones de fieles que visitan la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México cada año. Hay muchos otros que realizan su peregrinación a otros templos dedicados a la Virgen del Tepeyac en muchas ciudades del país.
La característica más conocida de los antorchitas guadalupanos es realizar su peregrinación cargando una antorcha encendida en la Basílica de México y llevarla en relevos hasta su lugar de origen o a la iglesia dedicada a la Virgen de Guadalupe en su población, por horas o durante varios días. La antorcha que portan es símbolo de la luz y de la fe. Y la peregrinación es un signo de la vida: caminar hasta el encuentro definitivo con Dios con el apoyo de la Virgen.
Horacio Palacios Santana, canónigo de la Basílica construida en el cerro del Tepeyac, donde la Virgen dejó milagrosamente reflejada su imagen en la tilma de san Juan Diego en 1631, expresó el sentido de esta tradición popular, que se efectúa «con el fin de encender una antorcha en el quemado de veladoras y llevarla en peregrinación a sus distintos lugares de origen».
Es una expresión piadosa transmitida de padres a hijos en las familias mexicanas. «Muchos vienen precisamente por la devoción a la Virgen de Guadalupe. Es lo que les inculcaron sus padres. Pero también para honrar a sus difuntos», explica el padre Horacio Palacios. Es común que, con las imágenes de la Virgen de Guadalupe, algunos lleven carteles con fotos de sus seres queridos.
La tradición surgió en forma espontánea «justo después» de las apariciones. En el museo de la basílica, se conservan las brochas antiguas que servían para limpiar el hollín que desprendían las velas puestas a la Virgen. Desde entonces «no faltaron personas que dijeron: “Yo también quiero llevar una vela de aquí a mi casa”». Horacio señala la creación de llevar el fuego guadalupano a sus hogares y comunidades a la «piedad popular».
Son miles de personas de todas las edades que, «de forma espontánea, van llegando con cuentagotas» los días previos a la fiesta del 12 de diciembre. «Algunos lo hacen a pie o corriendo, otros en bicicleta o en autobús». Los antorchistas guadalupanos «de dan el relevo durante el camino y muchos de ellos no descansan».
El Congreso inició el 8 de diciembre con la llegada de los peregrinos. Los jóvenes fueron invitados a dormir en la explanada de plaza mariana en casas de campaña, sacos de dormir o cobijas. Las personas mayores y niños pudieron pasar la noche en la Casa del Peregrino por un costo de un dólar y medio.
Como la mayoría pasaban por el santuario desapercibidos y sin interactuar entre ellos, se procuró «tratamos de recibirlos, para que pudieran conocerse y después acompañarlos al altar para que vieran juntos a la Virgen». El objetivo del congreso fue abrir «un espacio de convivencia, evangelización, oración y resguardo», aclara el padre Horacio Palacios. El Rector de Basílica dio la bienvenida a los Antorchistas guadalupanos el día 8 en la tarde.
El congreso contó con pláticas sobre el significado de ser antorchista guadalupano, cánticos comunitarios a la Virgen y exposición en la Basílica de las reliquias del joven mártir san José Sánchez del Río y del beato Carlo Acutis. El evento concluyó con una noche de adoración al Santísimo y un concierto del grupo cristiano Cielo Abierto.
La Misa capitular fue presidida en la mañana del 9 de diciembre por Mons. Héctor Mario Pérez Villareal, Obispo auxiliar de la Arquidiócesis de México. Después impartió la bendición de envío a los antorchistas. Al término de la Misa se encendieron las antorchas en la puerta monumental.
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