CIUDAD DEL VATICANO, 13 junio (ZENIT.org).- «El recurso a la violencia en nombre de la religión es una parodia de los principios de las grandes religiones». Con claridad rotunda, Juan Pablo II pidió ayer al país con el mayor número de musulmanes, Indonesia, que siga esforzándose por respetar uno de los derechos fundamentales, el derecho a la libertad religiosa.
«El diálogo entre las religiones presentes en un territorio es esencial para que todos vean que la auténtica creencia religiosa inspira paz, alienta a la solidaridad, promueve la justicia y sostiene la libertad», dijo el Papa al recibir ayer las cartas credenciales del nuevo embajador de Yacarta ante el Vaticano, Widodo Sutiyo.
El diplomático representa a un país de más de doscientos millones de habitantes, de los cuales los musulmanes son el 86%. El Estado obliga por ley a todos los ciudadanos a registrar su pertenencia religiosa. Dos decretos de 1978 habían prohibido la propaganda religiosa destinada para obtener conversiones. En el último año se ha registrado un polvorín de focos de tensión, surgidos por razones más bien económicas, étnicas y políticas, pero que han tenido consecuencias nefastas para el entendimiento entre musulmanes y cristianos (en buena parte pertenecientes a las Iglesias surgidas de la Reforma).
Por este motivo, Juan Pablo II hizo un llamamiento para que cese el conflicto en las Islas Molucas, «donde de nuevo recientemente se han registrado atrocidades, masacres y destrucción». «La comunidad internacional –dijo el Papa– espera que Indonesia adopte las medidas necesarias para rechazar las tensiones, asegurar que todos los ciudadanos sean tratados como iguales ante la ley y poner fin inmediato a la violencia».
El Papa habló después de Timor Oriental, país que se ha independizado de Indonesia tras haber sufrido un auténtico baño de sangre al término del referéndum en el que la población declaró su voluntad para construir su propio futuro. El Santo Padre pidió a las autoridades de Dili y Yacarta que se esfuercen por «construir una relación de amistad y cooperación basada en los principios de justicia, respeto mutuo y solidaridad».
«Una solución justa que respete la libertad de los refugiados y que garantice la disponibilidad de la ayuda humanitaria exige una mayor cooperación entre las partes implicadas», aseguró.
El obispo de Roma subrayó que «la auténtica democracia se fundamenta en el reconocimiento de la dignidad inalienable de todas las personas, de la que derivan los derechos y deberes humanos». La falta de respeto de esta dignidad, añadió, se traduce en la discriminación, explotación y en el conflicto nacional e internacional.