CIUDAD DEL VATICANO, 26 julio (ZENIT.org).- ¿Cómo descubrir el misterio de Dios en una sociedad tecnológica y con frecuencia superficial? Esta es la pregunta a la que respondió Juan Pablo II esta mañana al encontrarse con 20 mil peregrinos en la plaza de San Pedro del Vaticano con motivo de la audiencia general de este miércoles.
La respuesta del pontífice se sintetizó en dos palabras: es necesario aprender a «esperar» y aprender a «maravillarse». Hace dos mil años, explicó, «Dios Padre cruzó el umbral de su trascendencia: mediante su Hijo Jesucristo se ha echado a las calles del hombre y su Espíritu de vida y de amor ha penetrado en el corazón de sus criaturas». Desde entonces, «Dios se nos hace cercano, sobre todo cuando nuestro «rostro está triste»; entonces, al calor de su palabra, como sucede a los discípulos de Emaús, nuestro corazón comienza a arder en el pecho».
Ahora bien, «el paso de Dios es misterioso y requiere ojos puros para ser descubierto y oídos disponibles a la escucha». El primer tradicional encuentro del miércoles del Papa con los peregrinos tras sus vacaciones veraniegas se convirtió, de este modo, en una aventura espiritual en búsqueda del misterio de Dios.
Saber esperar
Ante todo, para descubrir la presencia de Dios, es necesario saber esperar, o como dice Jesús en el Evangelio: estar atentos. «»Atención», como dice la misma palabra, significa concentrarse en una realidad con toda el alma –recordó el sucesor de Pedro–. Lo opuesto de la distracción que es, por desgracia, nuestra condición casi habitual, en especial en una sociedad frenética y superficial como la contemporánea. Es difícil poder concentrarse en un objetivo, en un valor, y perseguirlo con fidelidad y coherencia. Corremos el riesgo de hacer lo mismo con Dios, que, al encarnarse, ha venido a nosotros para convertirse en la estrella polar de nuestra existencia».
Una espera que debe ser paciente: «Para que crezca una espiga o se abra una flor hay tiempos que no se pueden forzar –explicó Juan Pablo II–; para el nacimiento de una criatura humana hacen falta nueve meses; para escribir un libro o componer música hay que dedicar con frecuencia años de paciente investigación».
El Papa ilustró esta «ley del espíritu»» citando unos versos de Reiner Maria Rilke (1875-1926) poeta austríaco, quien en sus «Sonetos a Orfeo» escribía: «Todo lo que es frenético pronto pasará». «Para encontrarse con el misterio hace falta paciencia, purificación interior, silencio, espera», añadió el obispo de Roma.
Saber maravillarse
La segunda actitud necesaria para descubrir la presencia misteriosa de Dios «es el estupor, la maravilla», añadió. «Es necesario abrir los ojos para admirar a Dios que se esconde y al mismo tiempo se muestra en las cosas y que nos introduce en los espacios del misterio. La cultura tecnológica y la excesiva inmersión en las realidades materiales nos impiden con frecuencia percibir el rostro escondido de las cosas. En realidad, para quien sabe leer con profundidad, cada cosa, cada acontecimiento trae un mensaje que, en último análisis, lleva a Dios».
«Los signos que revelan la presencia de Dios son, por tanto, múltiples –explicó el obispo de Roma–. Pero para que no se nos escapen tenemos que ser puros y sencillos como los niños, capaces de admirar, sorprendernos, maravillarnos, encantarnos con los gestos de amor y de cercanía que Dios nos ofrece».