CIUDAD DEL VATICANO, 30 julio (ZENIT.org).- Entre bailes, cantos y banderas de los cinco continentes, Juan Pablo II se encontró ayer con más de veinte mil miembros de los Cursillos de Cristiandad, movimiento apostólico presente en casi 60 países con unos 5 millones de adherentes.
Después de 51 años de la fundación de esta realidad surgida en Palma de Mallorca, los responsables de este movimiento decidieron celebrar en Roma, en el Vaticano, su tercera reunión mundial, o como ellos la llaman familiarmente, Ultreya.
Por su parte, interrumpiendo brevemente su estancia en Castel Gandolfo, Juan Pablo II no quiso perderse esta cita y así llegó poco antes de las 7 de la tarde al pequeño helipuerto del Vaticano. Tras cruzar el Arco de las Campanas, entró en la plaza de San Pedro del Vaticano en un coche panorámico saludando a todos los presentes. En el atrio de la basílica, recibió un homenaje floral de dos niños y el saludo de Frances Ruppert, presidenta mundial de los Cursillos.
A continuación, el pontífice dirigió unas palabras para subrayar ante los cursillistas la necesidad de testimoniar la presencia de Cristo a los hombres y mujeres del siglo XXI. «Algo que se hace todavía más urgente –añadió–, pues países y naciones enteros, donde la religión y la vida cristiana eran en otra época florecientes y capaces de dar vida a comunidades de fe viva y operante, se encuentran ahora sometidos a dura prueba por la continua difusión de la indiferencia, del secularismo y del ateísmo».
«Ante esta situación –añadió–, que constituye un desafío para los creyentes a rehacer el tejido cristiano de la sociedad humana, el método de los Cursillos pretende contribuir a cambiar en sentido cristiano los ambientes en los que las personas viven y trabajaban, a través de la inserción de «hombres nuevos» por el encuentro con Cristo».
A las palabras del Papa respondieron con gran entusiasmo y aplausos los presentes. Los más bulliciosos y numerosos eran los españoles. Junto a ellos, se encontraba un numeroso grupo de la diócesis de Fátima, quienes vinieron guiados por su obispo Serafim.
El individualismo y el relativismo constituyen dos grandes desafíos para el cristianismo en estos momentos, según el pontífice. «Frente a una cultura que con frecuencia niega incluso la existencia de una Verdad objetiva de valor universal y que con frecuencia se hunde en las arenas movedizas del niquilismo, los creyentes tienen que saber indicar con claridad que Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida».
Por ello, dirigiéndose a los millones de cursillistas de todo el mundo –también a los que no pudieron venir a Roma–, el Papa afirmó: «A vosotros, que le habéis abierto de par en par el corazón, Cristo mismo os pide que le anunciéis incansablemente a quien todavía no le ha acogido. Os pide que os pongáis a su servicio, al servicio de su Verdad que hace libres».
En tono a las 8 de la tarde, cuando el sol comenzaba a ponerse, Juan Pablo II se despidió de los cursillistas para regresar a Catel Gandolfo. La III Ultreya Mundial de los Cursillos de Cristiandad continuó hasta entrada la noche rodeada por los brazos de la Columnata de Bernini con los testimonios de distintos representantes de todo el mundo.