Monseñor Rómulo Emiliani, obispo auxiliar desde julio de San Pedro Sula, segunda ciudad del país, anunció el 4 de enero su disposición de parar lo que calificó como «estúpida, absurda e irracional guerra entre las pandillas».
Cadáveres de muchos jóvenes tatuados aparecen cada fin de semana tirados en las calles y matorrales de los barrios pobres de las ciudades del país, con un tiro en la frente, la nuca o descuartizados, según informa AP.
Se trata fundamentalmente de dos bandas, conocidas en el país como «maras» –Mara Salvatrucha y La 18–, que con siembran de terror las ciudades hondureñas.
En el país hay más de 200 grupos pandilleros con alrededor de 100.000 miembros en edades de entre los 8 y 35 años. Drogados, roban, violan y matan, tras enfrentarse a sus propios compañeros con garrotes, cuchillos y armas de fuego.
La policía ha puesto en marcha sin éxito un programa de educación para los miembros de las bandas, cuyo número, sin embargo, sigue creciendo.