MADRID, 20 enero 2003 (ZENIT.org).- La reciente «Nota doctrinal» de la Congregación para la Doctrina de la Fe que pide a los políticos católicos no vacilar a la hora de defender sus principios morales, ha encontrado eco entre numerosos periodistas e intelectuales españoles.
El diario ABC ha sido la principal plataforma empleada por columnistas de renombre para apoyar la «llamada de atención» de la Santa Sede a los políticos.
Ignacio Sánchez-Cámara aseguraba el pasado sábado en un artículo titulado «Catolicismo débil» que «la asunción masiva del relativismo ético han provocado una cobarde estrategia de repliegue de muchos católicos ante una propaganda más ruidosa que conforme a las convicciones mayoritarias».
Por eso, el documento del Papa «ha propinado un pertinente y merecido varapalo a los políticos católicos y a las organizaciones y publicaciones que se declaran católicas y que abdican de la defensa pública de sus convicciones morales».
«El católico que opina y vota en conciencia no impone nada a nadie. Hace lo mismo que el que no lo es. ¿Acaso concebir el aborto como un derecho es una opinión lícita y negarlo un ejercicio dogmático?», se pregunta Sánchez Cámara.
«La estrategia es clara –concluye el columnista–. Cualquier pretensión de que los valores cristianos puedan inspirar la vida pública es refutada con el estigma del fundamentalismo. Ante este acoso, muchos católicos, quizá por debilidad o cobardía, acaban por defender lo que menos riesgos provoca».
Al día siguiente, el director del centenario periódico, José Antonio Zarzalejos, recogía el testigo y apuntaba que «la nota doctrinal del pasado jueves tiene la virtud de detectar el fenómeno, real, de un abandono evidente de los criterios morales en los debates más decisivos». «Ya no se acepta la mera creencia moral como argumento de convicción», añadía.
En su número de este lunes, el ABC recoge un artículo de su columnista Juan Manuel de Prada, quien asegura que «la enseñanza evangélica más profusamente aplicada por los católicos empieza a ser aquella que aconseja exponer la otra mejilla a la bofetada del agresor. Sólo que, mientras Jesucristo vindicaba este comportamiento como negación de la capacidad dialéctica de la violencia, el católico contemporáneo lo interpreta torcidamente y lo acata como un designio de capitulación constante, aun en los asuntos que más atañen a sus convicciones, por las que Jesucristo –no lo olvidemos– entregó la vida».
«Diariamente comprobamos cómo políticos presuntamente católicos siguen el magisterio de San Pedro en la noche aciaga, negando su fe no tres, sino trescientas veces si hace falta», continúa.
Para De Prada, «causa sonrojo escuchar sus declaraciones sinuosas, elusivas, vergonzantes, cuando se les inquiere sobre sus certezas religiosas; y causa cierta náusea asistir a la declinación –y aun al pisoteo– de esas certezas si la conveniencia así lo exige».
Sin embargo, el columnista reconoce que «este modo tan pusilánime y taimado» de actuar de los políticos no sería posible «si antes no hubiesen percibido entre el electorado católico una actitud acoquinada, achantada, dispuesta a comulgar con ruedas de molino».
«El católico contemporáneo vive su fe y los retos que ésta le plantea acomplejado y al borde del desistimiento. Como las gallinas que esconden la cabeza debajo del ala, deja pasar todos los cálices amargos que desfilan por la mesa, por temor a contrariar a los otros comensales; así, hasta que se le excluye del banquete», concluye De Prada.