CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 30 agosto 2004 (ZENIT.org).- Uniéndose a las celebraciones de este lunes por el IV centenario de la muerte del beato Giovanni Giovenale Ancina, Juan Pablo II ha expresado su «alegría» porque la fecha permita volver a proponer esta figura de la Iglesia «como ejemplo de santidad a los hombres de nuestro tiempo».
Así lo expresa el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado del Vaticano, en una carta dirigida en nombre del Santo Padre a monseñor Giuseppe Guerrini, obispo de Saluzzo, cuya sede fue también encomendada al beato italiano miembro de la Familia Oratoriana.
Originario de Fossano, donde nació el 19 de octubre de 1545, Giovanni Giovenale Ancina llegó a Roma en 1574 donde, gracias al encuentro con docentes como San Roberto Bellarmino, adquirió amplios conocimientos teológicos y cultivó óptimamente sus dotes literarias y musicales.
Iluminó su mente «y sobre todo caldeó su corazón» el encuentro con San Felipe Neri en 1576 –recuerda la carta del cardenal Sodano–. Ello le llevó a pedir ser acogido como miembro de la Congregación del Oratorio, dentro de la cual desarrolló su ministerio «de estimado y apreciado predicador, confesor y teólogo».
Diez años después, San Felipe Neri invitó al padre Ancina a Nápoles como rector del Colegio Oratoriano. En la ciudad «se hizo promotor de variadas actividades pastorales y culturales» suscitando «la simpatía de la gente», recalca el purpurado.
Consagrado obispo en 1602, durante su breve episcopado en Saluzzo convocó el Sínodo diocesano, instituyó el seminario y también inició la visita pastoral «aplicando fielmente las disposiciones del Concilio de Trento» con «humildad y fortaleza».
Con todo, la «enorme cantidad de trabajo» que realizaba diariamente no hacía menoscabo en «la oración, a la que dedicaba mucho tiempo» pasando «horas en adoración ante el Santísimo Sacramento», subraya el cardenal Sodano.
La repentina muerte el 30 de agosto de 1604 del que sería proclamado beato, Giovanni Giovenale Ancina –a quien también unía una fraterna amistad con San Francisco de Sales–, «puso fin a su intensa actividad de reforma del clero, de los religiosos y del laicado cristiano».
Uniéndose a la acción de gracias de la diócesis de Saluzzo y de la Familia Oratoriana por la vida del beato Giovanni Giovenale Ancina, Juan Pablo II expresa en la misiva su deseo de que «el aniversario de la entrada en la eternidad de tan ilustre pastor y digno discípulo de San Felipe Neri brinde al clero, a los religiosos y a los fieles la oportunidad de revivir el empeño de perfeccionamiento personal y de infatigable dedicación apostólica».
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