ROMA, lunes, 17 enero 2005 (ZENIT.org).- Lejos de responder con una actitud «fiscalista» de hacer algo para obtener otra cosa a cambio, el tiempo de gracia que propone el Año de la Eucaristía es un «camino de conversión» que debe vivirse con una actitud de apertura al «exceso de misericordia con que Dios supera siempre todos nuestros pecados».
Así explica el arzobispo Bruno Forte, miembro de la Comisión Teológica Internacional, el sentido de las indulgencias en la Iglesia y la razón por la que Juan Pablo II ha dispuesto que durante el Año de la Eucaristía –hasta el próximo octubre– se pueda alcanzar la indulgencia plenaria participando en actos de culto y veneración al Santísimo Sacramento, así como rezando ante el sagrario Vísperas y Completas del Oficio Divino (Cf.
Zenit, 14 enero 2005).
Entender el significado de las indulgencias requiere antes comprender que «la culpa, el pecado», es «el acto consciente y libre con el que se desobedece la voluntad de Dios», mientras que la pena «es la consecuencia debida a la culpa», puntualiza el arzobispo de Chieti-Vasto en los micrófonos de «Radio Vaticano».
«La culpa se perdona por la misericordia de Dios, a través del don del perdón que, mediante el ministerio de la Iglesia, se da», de forma que «cada vez que nos confesamos se nos perdonan nuestras culpas si estamos sinceramente arrepentidos», aclara.
Pero es necesario –añade– «superar» la pena, «esto es, aquella consecuencia que el mal ha tenido en nuestra plena realización de hijos de Dios».
Y «también aquí la Iglesia viene en ayuda. Ante todo indicándonos senderos penitenciales después de cada confesión. Pero precisamente porque ninguno de nosotros se salva solo y estamos en comunión con la Iglesia» ésta «además de podernos dar, a través del ministerio de la Reconciliación, el perdón de las culpas, nos da también una ayuda para superar el peso de la pena»: «la indulgencia», recuerda monseñor Forte.
Para poder alcanzar la indulgencia plenaria es necesario respetar las condiciones habituales –confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice, con el alma totalmente desprendida del afecto a cualquier pecado–, pero no se «trata de algo mecánico, sino de una ayuda que es dada a una conciencia arrepentida del pecado y abierta sinceramente a la acción misericordiosa de Dios», subraya el prelado.
De aquí que «la penitencia tenga un valor importantísimo como camino de vida y no sólo como un simple momento»: «es una conversión del corazón». Y por ello –prosigue– «la Eucaristía es de tanta ayuda en este camino»: es «pan de vida, pan de los peregrinos, es aquella que nutriendo la sed sostiene el compromiso de conversión, y por lo tanto también ese camino que es precisamente el camino de la indulgencia, el camino de la conversión».
De acuerdo con el arzobispo Bruno Forte, el momento de gracia y purificación que ofrece el Año de la Eucaristía se debe vivir con «la actitud de quien quiere amar a Dios con todo el corazón, de quien quiere crecer, tanto purificándose del no amor que como pecado ha pesado en el pasado, como abriéndose a una superación de todas las consecuencias negativas del pecado».
Ello implica «evitar del todo la idea casi fiscalista de que se haga algo y se obtenga a cambio otra cosa», porque el «do ut des» (doy para que me des) «no forma parte de la relación entre el hombre y Dios, no forma parte del exceso de misericordia con que Dios supera siempre nuestros pecados si nosotros, arrepentidos, volvemos a Él».