Karol Wojtyla, joven sacerdote, no bautizó a un niño judío por respeto a su identidad

Relato de la historia de Shachne Berger

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ROMA, martes, 18 enero 2005 (ZENIT.org).- Siendo joven sacerdote, el futuro Juan Pablo II no quiso bautizar a un niño judío –confiado a una familia católica para salvarlo de la persecución nazi– por respetar su identidad y el deseo de sus padres de que fuera educado en el judaísmo

De origen polaco, Shachne Berger sólo tenía dos años cuando en Cracovia, en otoño de 1942, sus padres Hellen y Moses Hiller decidieron confiárselo a un matrimonio católico sin hijos que vivía en la zona alemana de la ciudad de Dombrowa.

«Se llamaban Yachowitch y eran amigos íntimos de mis padres», explica el propio protagonista al «Corriere della Sera».

Tras la irrupción nazi del 28 de octubre en el ghetto de Cracovia, los Hiller decidieron actuar. «El 15 de noviembre mi madre logró sacarme del ghetto y entregarme a sus amigos cristianos junto a dos grandes carteras. Una contenía todos sus objetos de valor; la otra tres cartas», recuerda.

La primera iba dirigida a los señores Yachowitch, a quienes se les confiaba el niño pidiéndoles que le educaran como judío y lo devolvieran a su pueblo en caso de muerte de los padres, apunta el diario italiano.

La segunda carta estaba dirigida al propio Shachne: le decía que había sido un amor profundo el que hacía que su madre y su padre le pusieran a salvo con extraños y le revelaba sus orígenes, deseando que creciera orgulloso de ser judío.

La tercera contenía el testamento de Reizel Wurtzel, la madre de Helen, dirigido a la cuñada, Jenny Berger, en Washington.

«Nuestro nieto Shachne Hiller, nacido el 18 del mes de Av (el penúltimo mes del calendario judío. Ndr), el 22 de agosto de 1940, ha sido confiado a personas valientes –se lee en la tercera carta–. Si ninguno de nosotros vuelve, te ruego que lo tengas contigo y le eduques rectamente. Estas son mis últimas voluntades».

Antes de despedirse de los Yachowitch, Helen les dio los nombres y direcciones de parientes –los Aaron y los Berger– que vivían en Montreal y en Washington. «Si no regresamos, cuando haya acabado esta locura –pidió a su amiga– envíales estas cartas».

Las previsiones de la madre de Shachne se hicieron realidad: en marzo de 1943 el ghetto de Cracovia fue liquidado y los padres del niño fueron deportados a Auschwitz, de donde nunca volvieron.

Con todo, el chaval no estaba fuera de peligro: «De 1942 al 1945 estábamos siempre huyendo, de una casa a otra y de una ciudad a un nuevo lugar –recuerda–. Muchos polacos hostiles y antisemitas sospechaban por mi aspecto que fuera judío y si nos hubieran denunciado mis padres adoptivos habrían corrido peligro de muerte».

Terminada la guerra, los Yachowitch se encariñaron con Shachne y su «madre adoptiva», olvidando la promesa a Helen Hiller, quiso adoptar oficialmente al niño. Deseando bautizarle, se acercó a un joven sacerdote de su parroquia y le reveló la historia del pequeño, su identidad y qué había sido de sus padres.

Frente a la intención de la señora Yachowitch, el sacerdote le preguntó cuál había sido el deseo de los padres del niño cuando se lo habían confiado. En el momento en que aquella le reveló el contenido del testamento, el sacerdote rechazó bautizar a Shachne. El sacerdote era Karol Wojtyla, futuro Juan Pablo II.

Entonces Shachne partió hacia Norteamérica donde le esperaban sus parientes maternos. Las disposiciones legales dificultaron su encuentro con los Berger. El 19 de diciembre de 1950, tras los esfuerzos de Jenny Berger, el presidente Truman firmó un decreto especial que confiaba Shachne Hiller a los Berger.

Éste recuerda: «Habían pasado más de ocho años desde que, en el ghetto de Cracovia, mi abuela había escrito el testamento. Al final, su deseo se había realizado».

En octubre de 1978 la señora Yachowitch, con quien Shachne ––ahora judío observante, casado y padre de gemelos– había mantenido contacto por carta, le narró los últimos detalles de su historia.

«Por primera vez me revelaba que había intentado bautizarme y educarme como católico. Pero que había sido detenida por un joven sacerdote, futuro cardenal de Cracovia, Karol Wojtyla, desde hacía poco elegido Papa», concluye.

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ZENIT Staff

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