CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 21 enero 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II está convencido de que uno de los desafíos de la nueva evangelización en América Latina consiste en «redescubrir y vivir plenamente el domingo como día del Señor y día de la Iglesia».

Así lo constató este viernes al encontrarse con los participantes en la asamblea plenaria de la Comisión Pontificia para América Latina, el organismo de la Santa Sede de asistencia para las iglesias locales del que el Papa llama «continente de la esperanza», reunida en Roma sobre el tema «La Misa dominical, centro de la vida cristiana en América Latina».

«Participar en la Misa dominical no es sólo una obligación importante, como señala claramente el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. 1389), sino, ante todo, una exigencia profunda de cada fiel», aclaró el pontífice.

«No se puede vivir la fe sin participar habitualmente en la Misa dominical, sacrificio de redención, banquete común de la Palabra de Dios y del Pan eucarístico, corazón de la vida cristiana», indicó al ofrecer orientaciones pastorales a cardenales y obispos para los 480 millones de bautizados latinoamericanos.

«Por ello es necesario concentrar los esfuerzos en una mejor y más cuidada instrucción y catequesis de los fieles sobre la Eucaristía, así como velar para que la celebración sea digna y decorosa, de modo que inspire respeto verdadero y piedad auténtica ante la grandeza del Misterio Eucarístico», pidió el Papa.

«La Misa dominical debe ser convenientemente preparada por el celebrante, con su disposición espiritual, traslucida después en los gestos y palabras y preparando convenientemente la homilía», añadió.

«Especial atención también hay que dedicar a la selección y preparación de los cantos, signos y otros recursos que enriquecen la liturgia, siempre dentro del respeto debido a la normas establecidas, valorando toda la riqueza espiritual y pastoral del Misal Romano y las disposiciones propuestas por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos», reconoció.

«No es una tarea fácil --constató por último el Santo Padre--, y por ello se requiere la colaboración de todos: presbíteros y diáconos, consagrados y fieles que están presentes en las parroquias o pertenecen a asociaciones o movimientos eclesiales».

«¡Aceptad la colaboración de todos, unid los esfuerzos y trabajad en comunión!», concluyó.

El presidente de la Comisión Pontificia para América Latina es siempre el prefecto de la Congregación para los Obispos, en estos momentos el cardenal italiano Giovanni Battista Re, y cuenta con un vicepresidente, el arzobispo mexicano Luis Robles Díaz.

Según estableció Juan Pablo II en la constitución apostólica Pastor Bonus (28 de junio de 1988) la Comisión tiene por función «aconsejar y ayudar a las Iglesias particulares en América Latina».

Además, añade el pontífice, le corresponde «estudiar las cuestiones que se refieren a la vida y progreso de dichas Iglesias, especialmente estando a disposición, tanto de los dicasterios de la Curia interesados por razón de su competencia, como de las mismas Iglesias para resolver dichas cuestiones».

«También le corresponde favorecer las relaciones entre las instituciones eclesiástica internacionales y nacionales, que trabajan en favor de las regiones de América Latina. y los dicasterios de la Curia Romana», establece por último.