Cardenal Kasper: La unidad de los cristianos tiene en Cristo su único fundamento

Al clausurar la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

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ROMA, miércoles, 26 enero 2005 (ZENIT.org).- En una sociedad en la que todo es «relativo y arbitrario» es necesario un «sólido fundamento» que no puede ser otro que Jesucristo, afirmó el cardenal Walter Kasper en la liturgia de clausura de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos.

El presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos presidió este martes al anochecer la celebración de las Vísperas en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma.

Representantes, entre otros, del patriarcado ecuménico de Constantinopla, de la Iglesia luterana, de la Iglesia copta ortodoxa, de la Iglesia anglicana elevaron también su oración en diferentes momentos del encuentro ecuménico de oración.

Cristo, aseguró el cardenal alemán, es «el único fundamento sobre el que ha sido construida la Iglesia», y cimentarse en Él «implica la profesión de fe en la «Iglesia, una y santa» y excluye divisiones».

«A través del único bautismo todos estamos en Cristo –añadió–. La «unitatis redintegratio», es decir la recomposición de la unidad, es por tanto una de las tareas prioritarias de la Iglesia», recalcó.

En cuanto al movimiento ecuménico, el cardenal Kasper reconoció que «a veces el impulso inicial parece correr el riesgo de caer en un estado letárgico, y perder su credibilidad. Emergen, por un lado, señales de reticencia y resistencia y, por otro, signos de resignación y de frustración».

Frente a esta situación, no faltan propuestas para «revisar los métodos, cambiar las estructuras, integrar nuevos miembros, examinar las cuestiones urgentes, incluso relanzar una reflexión sobre nuestras intenciones, nuestros objetivos y nuestra agenda».

Ante estas sugerencias, «en cierta medida razonables y relevantes», Kasper considera que es mejor seguir la propuesta del apóstol san Pablo, quien recordaba que «un buen arquitecto» «no empieza por el tejado o la estructura exterior, sino que empieza por los cimientos».

«Sólo un sólido cimiento, que no esté edificado en la arena sino en la roca, según las palabras de Jesús, en el discurso de la Montaña, hace que la casa sea sólida y no caiga cuando se desencadenan los elementos», añadió.

Nadie por tanto puede poner otro cimiento diverso del que ya hay, que es Jesucristo. La respuesta a los nuevos desafíos es, por tanto, «una respuesta de fe y una respuesta espiritual, es decir una respuesta arraigada en la vida y en el espíritu de Cristo».

El objetivo del empeño ecuménico es «el testimonio misionero común, que profesa que la salvación está sólo en el nombre de Jesucristo (Hechos 4,12), ante un mundo que todavía no lo conoce o ya no lo conoce».

Cristo es por tanto no sólo el fundamento sino también el fin de este tipo de compromiso, concluyó,

El cardenal Kasper reconoció que esta realidad no es comprendida por todos y no está muy presente en las discusiones y en las reflexiones y, por este motivo, hoy, en una sociedad en la que «todo se hace relativo y arbitrario, y cada uno se crea una religión propia, ‘a la carta’, necesitamos un fundamento sólido y un punto de referencia común, fiable, en nuestra vida personal y en nuestro trabajo ecuménico».
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«¿Y qué fundamento podríamos tener sino Jesucristo? ¿Quién mejor que Él puede guiarnos? ¿Quién mejor que Él puede darnos luz y esperanza? ¿Dónde si no en Él podemos encontrar palabras de vida?», se preguntó.

Para el cardenal, esto lleva al menos a tres consecuencias. En primer lugar, «estamos divididos respecto a la Biblia, y sólo a través de la lectura, estudio y meditación de la Biblia, podremos reencontrar la unidad», porque «el mejor ecumenismo es el de leer y vivir el Evangelio».

«La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo», dice citando al Concilio.

En segundo lugar, a través del Bautismo, «estamos ya en comunión fundamental, que nos une a Jesucristo, y que nos une los unos a los otros», por lo cual, en el empeño ecuménico, «no partimos de cero».

Jesucristo, por último, «está presente en la Iglesia por medio de su Palabra y sus Sacramentos». «Es la cabeza de la Iglesia y la Iglesia es su Cuerpo, la Iglesia que Él ha amado y por la que se ha entregado para hacerla santa, purificándola con el agua que lava, y esto mediante la palabra».

«¿No deberíamos entonces, también nosotros, crecer en el amor por la Iglesia, madurar en el «sentire ecclesiam», es decir «sentirnos Iglesia, sentirnos parte integrante de la Iglesia?»», preguntó.

«Podemos y debemos distinguir a Cristo de la Iglesia, pero no podemos separar a uno de la otra. San Agustín nos enseñó la fórmula «Christus Aotus», la plenitud de Cristo como Cabeza y Cuerpo. Es éste el punto de divergencia más profundo entre las Iglesias y las comunidades eclesiales de Occidente, que impide ser plenamente signo e instrumento de Cristo», subrayó.

«Nuestra construcción ecuménica de la unidad plena de todos los discípulos de Cristo resistirá sólo si construimos sobre el único cimiento, que es el Señor, si construimos sobre su Palabra y su Sacramento, si construimos no sobre la sabiduría del mundo sino en el único Espíritu de Jesucristo», añadió.

«Pidamos por tanto al Señor que haga de nosotros buenos arquitectos y nos conceda fuerza y sabiduría espiritual, coraje, paciencia y esperanza», concluyó.

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ZENIT Staff

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