CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 27 enero 2005 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha pedido recordar a las víctimas de Auschwitz y de la barbarie nazi para que algo así no vuelva a repetirse, en un mensaje enviado este jueves con motivo de la conmemoración del sexagésimo aniversario de la liberación de los prisioneros en ese campo de concentración.
Líderes de todo el mundo se dieron cita en Auschwitz-Birkenau, el campo establecido por la Alemania nazi en la Polonia, en donde se calcula que 1,5 millones de personas murieron en las cámaras de gas y los crematorios.
El Papa se hizo presente en el encuentro a través de su enviado especial, el cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París, cuya madre murió en Auschwitz, quien trajo consigo un emotivo mensaje escrito en polaco por este Papa con el estilo inconfundible de Karol Wojtyla.
«Si recordamos el drama de las víctimas, no lo hacemos para volver a abrir heridas dolorosas ni para suscitar sentimientos de odio y propósitos de venganza, sino para rendir homenaje a aquellas personas, para sacar a la luz la verdad histórica y, sobre todo, para que todos se den cuenta de que aquellas vicisitudes tenebrosas tienen que ser un llamamiento para los hombres de hoy a la responsabilidad en la construcción de nuestra historia», afirma el Papa en su mensaje.
«¡Que nunca más se repita en ningún rincón de la tierra lo que experimentaron los hombres y mujeres que lloramos desde hace sesenta años!», exclama.
El documento constituye un homenaje a los hombres y mujeres de todos los pueblos que perdieron la vida en aquellas inhumanas condiciones.
Juan Pablo II se detiene espiritualmente ante las lápidas hebreas de Auschwitz-Birkenau, donde estuvo siendo ya Papa en 1979, y afirma: «Nadie puede pasar de largo ante la tragedia de la Shoah», el Holocausto.
«Aquel intento de acabar programadamente con todo un pueblo se extiende como una sombra sobre Europa y el mundo entero; es un crimen que mancha para siempre la historia de la humanidad», recalca.
El mensaje recuerda la participación «compleja» de la Unión Soviética en la segunda guerra mundial para reconocer que «no es posible dejar de recordar que en ella los rusos sufrieron el número más elevado de personas que perdieron trágicamente la vida».
«También los gitanos, en las intenciones de Hitler, habían sido destinados al exterminio total. No se puede infravalorar el sacrificio de la vida impuesto a aquellos hermanos nuestros en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau», explica.
El Papa recuerda también a todos los polacos asesinados en ese campo de muerte, lanzando «un nuevo grito por el derecho de ocupar su propio lugar en el mapa de Europa: una nueva cuenta dolorosa con la conciencia de la humanidad».
Hoy, «a través del perseverante esfuerzo de mis compatriotas –escribe con satisfacción–, Polonia ha encontrado su lugar adecuado en el mapa de Europa. Mi deseo es que este histórico hecho traiga frutos de recíproco enriquecimiento para todos los europeos».
Por último, el obispo de Roma explica que no sería objetivo hablar de Auschwitz sin «recordar que, en medio de aquella acumulación de mal indescriptible, se dieron manifestaciones heroicas de adhesión al bien».
«Hubo muchas personas que aceptaron con libertad de espíritu someterse al sufrimiento, y demostraron amor no sólo hacia los compañeros prisioneros, sino también a sus verdugos. Muchos lo hicieron por amor de Dios y del hombre, otros en nombre de los valores espirituales más elevados», evoca.
«Gracias a su actitud, se hizo evidente una verdad, que con frecuencia aparece en la Biblia: aunque el hombre es capaz de hacer el mal, a veces un mal enorme, el mal no tendrá la última palabra. En el abismo mismo del sufrimiento, puede vencer el amor», reconoce.
«El testimonio de un amor como el surgido en Auschwitz no puede caer en el olvido. Debe alzar incesantemente las conciencias, extinguir los conflictos, exhortar a la paz», concluye.