Discurso de Benedicto XVI al nuevo embajador de El Salvador

CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 1 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió este jueves Benedicto XVI al nuevo embajador de El Salvador ante la Santa Sede, Francisco A. Soler, en la ceremonia de entrega de sus cartas credenciales.

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Señor Embajador:
1. Me es grato darle la bienvenida a este acto en que me hace entrega de las Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de El Salvador ante la Santa Sede. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido, así como el cordial saludo del Señor Presidente de la República, Lic. Elías Antonio Saca, del que se ha hecho portador. Le ruego que le transmita mis mejores deseos de paz y bienestar personal, así como mis votos por la prosperidad y desarrollo de su querida Nación.

2. Vuestra Excelencia se ha referido a los Acuerdos de Paz, firmados en 1992 después de una larga lucha fratricida, y ha puesto también de relieve que en estos años se ha ido avanzando en el proceso de pacificación y democratización. Es consolador ver el esfuerzo de su Gobierno en la construcción de una sociedad más justa que proteja los sectores más débiles y empobrecidos. En este sentido, la Iglesia en El Salvador es consciente de que la construcción y mejora de la patria es un deber de cada ciudadano, y ella sigue colaborando para que todos puedan vivir en un clima de esperanza y de paz. La Iglesia, con la experiencia que tiene de humanidad, sin querer inmiscuirse en la política de los Estados, «sólo pretende una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu Paráclito, la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido» (Gaudium et spes, 3).

3. El Salvador tiene una fuerte impronta religiosa, que pone de manifiesto la fe de su pueblo después de más de cinco siglos de su evangelización. A este respecto, la Iglesia católica pone todo su empeño en favorecer el desarrollo integral del ser humano y la defensa de su dignidad, ayudando en la consolidación de los valores y bases fundamentales para que la sociedad pueda gozar de estabilidad y armonía. Así mismo, continúa colaborando en campos tan importantes como la enseñanza, la asistencia a los más desfavorecidos, los servicios sanitarios y la promoción de la persona como ciudadano e hijo de Dios.

Por ello, los Pastores de El Salvador no dejan de ofrecer su palabra que brota de un profundo conocimiento de la realidad humana leída a la luz de la Buena Nueva. Pues su misión de orden religioso no les exime de fomentar un diálogo nacional entre los responsables de la vida social. Por otra parte, y como Su Excelencia ha puesto de relieve, dicho diálogo debe ayudar a construir un futuro más humano con la colaboración de todos, evitando el empobrecimiento de la sociedad. A este respecto, es oportuno recordar que las mejoras sociales no se alcanzan aplicando sólo las medidas técnicas necesarias, sino promoviendo también reformas con una base humana y moral que tengan presente una consideración ética de la persona, de la familia y de la sociedad.

4. La propuesta constante de los valores morales fundamentales, como son la honestidad, la austeridad, la responsabilidad por el bien común, la solidaridad, el espíritu de sacrificio y la cultura del trabajo, puede facilitar un mejor desarrollo para los miembros de la comunidad nacional, pues la violencia, el egoísmo personal y colectivo nunca han sido fuentes de progreso ni de bienestar.

Sobre esta base, los salvadoreños, con las ricas cualidades que les distinguen, han de ser los principales protagonistas y artífices del progreso del País, fomentando una estabilidad política que permita la participación de todos en la vida pública. Por eso, cada uno, según sus cualidades y posibilidades, está llamado a cooperar al bien de la Patria. A este respecto, me complace saber que es firme propósito de las Autoridades trabajar por un orden social cada vez más justo y participativo, y formulo mis mejores votos para que este propósito se logre, superando las graves dificultades que afectan principalmente a las capas más débiles de la sociedad.

5. Por otra parte, el doloroso y vasto problema de la pobreza, que induce a muchos salvadoreños a emprender la vía arriesgada de la emigración con todas sus secuelas en el ámbito familiar y social, tiene graves consecuencias en el campo de la educación, de la salud y de la vivienda, y constituye un apremiante desafío para los gobernantes y responsables de las instancias públicas para que todos dispongan de los bienes primarios y encuentran los medios indispensables que permitan su promoción y desarrollo integral.

La Iglesia, con su doctrina social, trata de impulsar y favorecer oportunas iniciativas encaminadas a superar situaciones de marginación que afectan a tantos hermanos necesitados, tratando de eliminar las causas de la pobreza y cumpliendo así su misión, pues la preocupación por lo social forma parte de su acción evangelizadora (cf. Sollicitudo rei socialis, 41).

6. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en copiosos frutos. Le ruego, de nuevo, que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Excelentísimo Señor Presidente de la República y demás Autoridades de su País, a la vez que invoco la bendición de Dios sobre su distinguida familia y sus colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos e hijas de El Salvador.
[Texto original en castellano]

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ZENIT Staff

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