El genoma humano: hallazgos, beneficios y tentaciones

El profesor Massimo Losito hace un balance del congreso celebrado en el Vaticano

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ROMA, viernes, 2 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Del 17 al 19 de noviembre pasado, tuvo lugar en el Vaticano la XX Conferencia Internacional del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, cuyo presidente es el cardenal Javier Lozano Barragán.

El tema elegido para este año fue «El genoma humano». En el encuentro intervinieron unos 700 participantes de 81 países, mientras que los ponentes procedían de 17 países.

Massimo Losito, biólogo y profesor de Bioética en el Pontificio Ateneo «Regina Apostolorum» de Roma, explica a ZENIT la importancia de las aportaciones realizadas en este encuentro.

–¿Qué significa para la Iglesia la elección de este tema?

–Profesor Losito: Una vez más la Iglesia ha manifestado atención materna a sus hijos y a toda la humanidad. La genética y la biología hoy se han convertido en las ciencias más importantes, no sólo por las aplicaciones terapéuticas concretas en el hombre sino por el enorme potencial de transformación cultural que implican. Los descubrimientos de la genética (a menudo distorsionados por los medios de comunicación) son utilizados para realizar una manipulación antropológica que pretende reducir el ser humano a una serie de secuencias génicas y somete los comportamientos del hombre a una ciega dictadura del ADN; ante este riesgo la Iglesia ha querido reafirmar la verdad con este Congreso internacional.

–¿Hay una verdad genética?

–Profesor Losito: Hay una verdad sobre el hombre, sobre el cuerpo, y por tanto sobre su genoma. Este último, como afirmó el cardenal Dario Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, es un «documento de identidad» de quien pertenece a la especie humana, pero no es la identidad humana. Esto se ha puesto de manifiesto también como elemento común en el momento de diálogo interreligioso del Congreso. A esto nos ha llamado también el Santo Padre, en su discurso, subrayando que es la naturaleza humana la que da dignidad al genoma humano y no al revés.

–¿Cómo han llegado a esa conclusión?

–Profesor Losito: El Congreso ha tenido tres momentos: análisis de la realidad, iluminación y acción. A través de la iluminación que viene de la filosofía y de la teología, se llega a la valoración ética y por tanto a la elección, a la acción, tanto del individuo como de la sociedad. En otras palabras, no puedo saber qué debo hacer si no elijo quién quiero ser.

–El mapa del genoma, ¿explica el misterio del ser humano?

–Profesor Losito: El primer día del Congreso, los ponentes ofrecieron a los participantes una síntesis de lo que se debe saber en el campo del genoma: conceptos básicos, realidad actual y perspectivas. Ya a este nivel lo científicos, en conciencia, afirmaron que «el hombre es un misterio». Las secuencias codificadoras, esas partes del genoma que «explican» cómo construir proteínas y, por tanto, cómo construir nuestro cuerpo, son pocas y dispersas en medio de una enorme cadena de ADN aparentemente inútil. Pocos genes, por tanto, quizá treinta mil, muchos menos de lo que se pensaba hace algún tiempo.

–¿Qué significa esto?

–Profesor Losito: Sobre todo que las cosas son mucho más complejas de lo que se esperaba al inicio del Proyecto Genoma Humano. Haber identificado la secuencia del ADN humano, por ahora, no ha producido aplicaciones terapéuticas relevantes. Hay que trabajar todavía duramente y sobre todo humildemente. La genética, por sí sola, no basta, es necesario un enfoque integrado de tres disciplinas: genómica, proteómica y metabolómica.

–Y sin embargo se ponen muchas esperanzas y se están gastando ingentes fondos en terapias génicas

–Profesor Losito: En el estado actual, las terapias génicas de éxito son pocas; otras, por ejemplo, llevadas a cabo con ingeniería genética en células estaminales dentro del útero están todavía en un estadio de experimentación en animales. Como han indicado varios ponentes, hay un desequilibrio entre los aspectos de diagnosis y de terapia en la genética. Una diagnosis precoz de una enfermedad monogénica, o de la predisposición a una enfermedad, puede tener ventajas, permitiendo en algunos casos, como explicó la doctora Clotilde Mircher, minimizar y controlar algunas complicaciones de la enfermedad. Pero comporta muchos dilemas éticos.

–¿Nos puede dar un ejemplo de dilema ético relativo a los tests genéticos?

–Profesor Losito: Se puede descubrir desde la juventud una enfermedad que se manifiesta tardíamente como, por ejemplo, la enfermedad de Huntington. En este caso, ¿se puede hablar de enfermo a pesar de que no se dan síntomas? ¿Cómo se puede lograr vivir serenamente, a pesar de la amenaza de su devastadora aparición? ¿Cómo decir la verdad al enfermo, cuando ésta, como si fuera un tsunami, les cae encima a sus familiares que pueden descubrir, sin haberlo preguntado, que también ellos padecen la enfermedad? Por esto, en donde se practica la orientación genética, hay que considerar no sólo al enfermo sino a toda la familia; por otra parte, el padre Maurizio Faggioni ha sugerido que al médico se le pide conjugar humanidad y conocimiento científico. Muy a menudo sin embargo los tests genéticos son el método para proponer una selección eugenésica inmoral.

–¿Se puede obtener una mejora genética sin caer en la eugenesia?

–Profesor Losito: Es verdad que «la reciente investigación genética –como explicó Roberto Colombo– es una disciplina experimental con una posibilidad de manipulación de alto impacto sobre la estructura biológica del ser vivo». Cuando esta manipulación pretende modificar «la naturaleza de la natalidad, se modifica también con ella la naturaleza profunda del ser y del actuar humano», como puntualizó el padre Bonifacio Honings. Una eugenésica, liberal y a escondidas como la actual, pone en las manos de los hombres de hoy un poder nunca visto sobre los hombres futuros, transformados en meros objetos de experimentación, manipulación y decisiones tomadas con anterioridad.

–¿Estos hombres no agradecerán el que se les haya mejorado? En el fondo, los padres desean lo mejor para sus hijos: vestidos, escuelas… ¿por qué no un genoma mejor?

–Profesor Losito: Es verdad que queremos lo mejor pero para los hijos que tenemos y que hemos acogido y contemplado con maravilla, cuando se nos han presentado como una novedad. Todos nosotros hemos sido deseados, creo, por nuestros padres; y sin embargo, al mismo tiempo, no hemos sido deseados tal y como somos. Aparecimos y nos recibieron. En el acto, más allá de nosotros, de nuestra generación, se inscribe nuestra libertad. De este primer acto de amor gratuito, de acogida, recibe fuerza nuestra capacidad de amar.

Descubrirse como un producto, aunque sea de calidad, añade el padre Honings, «pone en peligro la propia autocomprensión normativa», es decir, el individuo se ve a sí mismo como un simple repetidor o ejecutor de proyectos externos, por los que es dominado y determinado; y si falta libertad, falta también la responsabilidad moral.

–Cuál es su opinión sobre la libertad de investigación reivindicada por muchos?

–Profesor Losito: Si por libertad de investigación se entiende la libertad de indagar en cualquier dirección –como subrayó el padre Colombo–, hay que pedir al científico que no pierda la relación que une su libertad con la realidad, reconociendo un bien, la vida de todos, empezando por la del que experimenta, sin la cual no subsistiría su misma libertad.

–¿Qué desafíos debe afrontar la genética?

–Profesor Losito: Ciertamente la genética no tiene capacidad para pensar por sí misma, la tienen los genetistas, con la ayuda de una adecuada e integral formación personal. Solo así, decía el profesor Paul Lauritzen, tendrán la posibilidad de desarrollar
esta disciplina sin reducir al hombre a un mero artefacto. Los riesgos son muchos. No sólo nos estamos jugando el futuro del ser humano sino el mismo sentido de lo «humano»; y una vez llegados al paraíso posthumano, hacia el que querrían arrastrarnos algunos transhumanistas, mirando hacia atrás, descubriremos que hemos dejado atrás al hombre.

–¿Qué desafíos esperan en cambio a la Iglesia en este campo?

–Profesor Losito: En algunos de sus apartados, el Congreso, además de explicitar el papel de los organismos internacionales y de la necesidad de su colaboración, como hizo el arzobispo Celestino Migliore, y de mostrar la importancia de las llamadas «Charities» (organizaciones humanitarias), por parte de la doctora Francesca Pasinelli, se centró precisamente en los elementos que afectan en primera instancia a la Iglesia y que podemos resumir en tres puntos: acogida del débil, evangelización de la cultura y diaconía de la verdad.

Sobre todo, en su misión pastoral, anunció con fuerza el cardenal Karl Lehmann, la Iglesia debe siempre caminar al paso del más débil, dando voz a aquél que la enfermedad y la estigmatización genética han dejado mudo; aquél al que una «mejor» práctica genética un día impedirá nacer. La hipertrofia del sentido de omnipotencia, afirmó la profesora Maria Luisa Di Pietro, lleva «del delirio de Prometeo a la vergüenza de Prometeo»; con tal de vencer a una enfermedad, paradójicamente se prefiere perder al enfermo. La Iglesia dice «no» a una nueva forma de racismo, que podemos definir «genetismo»: ahora nos se basa en el color o en el sexo, sino en las secuencias básicas del ADN.

Por lo que se refiere al segundo punto, hace falta sobre todo que los miembros de la misma Iglesia sean formados adecuadamente en temas genéticos y en general en Bioética, porque como afirmó el cardenal Paul Poupard, «si el Evangelio de la vida no camina con las piernas de la cultura, no puede soportar el desafío de la contracultura de muerte». En esto la Iglesia debe ejercer un discernimiento informado: «Examinad cada cosa, retened todo lo que es bueno» (1Teslonicenses 5, 21), dijo en su ponencia el cardenal Angelo Scola. Es seguramente en este surco donde se inscribe el presente congreso.

–¿Cuál es la verdad que la Iglesia indica como solución a los problemas suscitados por la genética?

–Profesor Losito: El servicio humilde a la verdad tiene dos aspectos. En primer lugar, la Iglesia debe anunciar la buena noticia de la muerte y resurrección de Cristo. La acogida de tal anuncio transforma los corazones y genera hombres nuevos y plenamente felices, más de lo que pueda hacer la mejor terapia génica. Hombres nuevos crean una cultura y una ciencia nueva.

En segundo lugar, junto con la ciencia, la Iglesia tiene el deber de recordar que el hombre está muy poco determinado por sus propios genes. En términos cuantitativos, las diferencias genéticas entre un ser humano y otro, entre un ser humano y un mono, son mínimas. Los hombres, por tanto no se reconocen como hermanos basándose en la parentela genética, sino porque se descubren hijos de un mismo Padre. La dignidad y la fraternidad humanas son realidades «metagenéticas». Es Cristo y no el ADN quien revela plenamente un ser humano a otro ser humano.

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ZENIT Staff

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