SANTIAGO, miércoles, 21 diciembre 2005 (ZENIT.org).- En vísperas de la segunda vuelta, la Conferencia Episcopal ha recordado que el cristianismo no se identifica con ningún partido político en particular y presenta el humanismo cristiano para promover una vida más justa, conforme con la dignidad humana.
Es la propuesta que hace el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile en la declaración «Una democracia con valores», dada a conocer este miércoles 21 por el presidente del episcopado, monseñor Alejandro Goic, y por el secretario general, monseñor Cristián Contreras Villarroel.
El documento se publica después de que este martes, el cardenal Francisco Javier Errázuriz, arzobispo de Santiago, recibiera por separado a los vencedores de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Michele Bachelet y Sebastián Piñera.
Dejando en claro que los valores del Reino de Dios son universales, y por lo tanto el cristianismo no se identifica con ningún partido político en particular, el documento episcopal invita a los candidatos presidenciales a entregar con transparencia a la opinión pública su conformidad o disconformidad con los grandes principios y las aspiraciones de todo cristiano, cuya fuente «es siempre una cultura rica en valores y abierta a Dios, que nunca pretenda apartarlo de la sociedad y de sus costumbres».
Entre los desafíos irrenunciables para un cristiano, que nunca pueden ser postergados, según los prelados, está el respeto y apoyo a toda vida humana –desde el instante mismo de su concepción–; el respeto por la dignidad de las personas, especialmente de quienes más sufren y los pobres, así como el respeto por las minorías étnicas y religiosas; el cultivo de las buenas relaciones con los países hermanos, evitando hegemonías que amenazan la fraternidad entre pueblos soberanos; la superación de las desigualdades escandalosas entre los países y al interior del nuestro; la preocupación por los campesinos y su trabajo productivo; las oportunidades reales y factibles para los jóvenes;el derecho al trabajo, al descanso dominical, a la justa retribución que permita una vida digna, las prontas imposiciones del dinero descontado a los propios trabajadores; y las pensiones dignas para las personas jubiladas y montepiadas.
Los prelados ponen también en primer plano la promoción de políticas en beneficio de las familias fundadas en la unión de un varón y una mujer; el apoyo a la maternidad biológica y espiritual ante la alarmante disminución de la natalidad; la asistencia a las madres solas o abandonadas; la libertad de enseñanza y el mejoramiento de los sistemas de educación y salud, y del acceso a ellos; la adquisición de una casa adecuada donde la familia pueda convivir, crecer y desarrollarse; y la preocupación por el medioambiente.
Los pastores expresan su preocupación frente a «ciertos excesos de pasión en el debate público» y proponen erradicar los primeros brotes de un clima de descalificaciones verbales que, a su juicio, obstaculizan los anhelos de justicia y paz que anidan en la gran mayoría de las hijas e hijos de Chile.
Citando la encíclica de Juan Pablo II «Centesimus Annus», la declaración episcopal concluye que un humanista cristiano debe tener presente que «si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia».
Publicamos a continuación el texto de la declaración, distribuido por la página web de la Conferencia Episcopal de Chile (www.iglesia.cl).
Una democracia con valores
1. El pueblo chileno se apronta a vivir nuevamente una jornada electoral para elegir a quien asumirá la Presidencia de la República. Hemos sido testigos en las elecciones pasadas de la cultura cívica que caracteriza a la inmensa mayoría del pueblo chileno. Eso nos enorgullece. En este contexto de gran responsabilidad, el cristiano está llamado a manifestar el nexo íntimo del amor a Dios y el compromiso con la vida de los hermanos.
2. A pesar de una esperanzadora cultura cívica, nos preocupan ciertos excesos de pasión en el debate público. No siempre son las ideas o los programas de gobierno los principales contenidos del debate. Aparecen, por desgracia, descalificaciones verbales, incluso personales, que pueden conducir a actitudes y acciones violentas.
3. Cuando surge un clima de esta naturaleza, hay que erradicar sus primeros brotes, pues son un obstáculo a los anhelos de mayor justicia y paz que anidan en la gran mayoría de las hijas e hijos de Chile. Precisamente una de las enseñanzas que nos entregaron las experiencias negativas de los años 60 al 80 en nuestra Patria, es el cansancio de las inmensas mayorías por los proyectos ideológicos excluyentes, que pretendieron imponerse sin integrar la verdad de los adversarios políticos.
4. La democracia ofrece un marco más propicio a la aspiración de ver verificada en la convivencia social el pluralismo, el respeto y la amistad cívica. Con todo, tal aspiración no puede significar el desconocimiento de los principios morales que descansan en la naturaleza y dignidad de la persona humana y que son reflejo, así lo creemos, de la sabiduría de Dios. La Iglesia Católica siempre proclamará esta verdad, a la cual sus miembros no quieren ni pueden renunciar. A ello ha querido aportar la Iglesia en Chile con su Documento de Trabajo «En camino hacia el bicentenario», trabajado por muchas comunidades a lo largo del país, y últimamente en su Carta Pastoral «Matrimonio y Familia: una buena noticia para la humanidad».
5. Fue justamente sobre la base de estos principios morales, reflexionados a la luz del Evangelio de Jesucristo, que muchos cristianos -obispos, pastores, consagrados y laicos- como también muchos hombres y mujeres de buena voluntad ayudaron en su momento, con su oración y su acción, con su enseñanza y su testimonio, a crear una conciencia del respeto debido a toda persona humana y a propulsar la reconciliación nacional junto a una búsqueda pacífica y consensuada al quehacer político.
6. En un horizonte más amplio de deberes y derechos, también hoy el humanismo cristiano debe ser criterio inspirador y un espacio apropiado para la entrega de grandes aportes. Por eso, alentamos a todos los que se identifican con este modo de pensar y de actuar, de existir y de sentir, a inspirarse en los grandes proyectos de Dios Creador y de Jesucristo para toda persona humana y para la humanidad. Con ese espíritu han de servir en todos los ámbitos de la sociedad chilena, promoviendo una vida más justa y más plena, conforme con la dignidad humana. Pedimos para todos ellos, así como para todos los católicos, respeto de una y otra parte en sus legítimas opciones políticas, y aprecio por ellas, con tal que sus programas y decisiones no contradigan los valores que proclaman.
7. En este contexto es bueno recordar que los valores del Reino de Dios y del cristianismo son universales, y que ninguna sociedad, ni siquiera la más perfecta, es asimilable al Reino de Dios. El cristianismo no se identifica con ningún partido político en particular. Hay, por lo mismo, cristianos -sean ellos católicos o no- que quieren servir generosamente a la construcción de un país más fraterno, como expresión de su fe, en distintas instancias asociativas; no solamente en las que son partidos políticos. Dios quiera que en ellos el ser cristiano sea expresión de identidad, un puente de diálogo y entendimiento, una invitación a la colaboración y no a la exclusión; un gran bien que se ofrece y se entrega con generosidad.
8. Hay desafíos de gran actualidad que son irrenunciables para un cristiano, y que nunca puede
n ser postergados. Entre ellos, ocupan un lugar relevante el respeto y el apoyo que se brinde a toda vida humana -desde el instante mismo de su concepción-; el respeto por la dignidad de las personas, especialmente de quienes más sufren y los pobres, como asimismo el respeto por las minorías étnicas y religiosas; el cultivo de las buenas relaciones con los países hermanos, evitando hegemonías que amenazan la fraternidad entre pueblos soberanos; la superación de las desigualdades escandalosas entre los países y, por desgracia, también al interior del nuestro; la preocupación por los campesinos y su trabajo productivo; las oportunidades reales y factibles para los jóvenes; el derecho al trabajo, al descanso dominical, a la justa retribución que permita una vida digna, a las prontas imposiciones del dinero descontado a los propios trabajadores; y a las pensiones dignas para las personas jubiladas y montepiadas.
9. Entre los desafíos de mayor incidencia hay que ubicar también en un primer plano la promoción de políticas en beneficio de las familias fundadas en la unión de un varón y una mujer; el apoyo a la maternidad biológica y espiritual ante la alarmante disminución de la natalidad, con el consiguiente envejecimiento de la población chilena y la correspondiente incapacidad de financiar una justa previsión social; la asistencia a las madres solas o abandonadas; la libertad de enseñanza y el mejoramiento de la calidad de los sistemas de educación y salud, y del acceso a ellos; la adquisición de una casa adecuada donde la familia pueda convivir, crecer y desarrollarse. A los temas anteriores podríamos agregar otros, como la preocupación por el medioambiente y el respeto a la creación y no su apropiación egoísta. La fuente que otorga más inspiración y orientación a todos ellos es siempre una cultura rica en valores y abierta a Dios, que nunca pretenda apartarlo de la sociedad y de sus costumbres.
10. En la hora actual, en que los impulsores de ambas candidaturas presidenciales se esfuerzan por conquistar católicos para su opción presidencial, lo que es legítimo, estimamos que deben entregar a la opinión pública con gran transparencia su conformidad (o disconformidad) con los grandes principios y las aspiraciones propias de todo cristiano, y los programas mediante los cuales quieren realizarlas. Todos confiamos en el discernimiento de quienes votan y en los cristianos insertos en los diversos ambientes culturales, que adhieren a opciones políticas compatibles con nuestra visión del hombre y de la sociedad. Pedimos para todos ellos respeto y libertad. Y les pedimos a ellos que su trato mutuo refleje realmente el mandamiento nuevo del amor.
11. Un humanista cristiano debe tener presente que «si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (Juan Pablo II, Carta encíclica «Centesimus Annus», n. 46).
12. Encomendamos estas reflexiones a la Virgen del Carmen. Siguiendo un legado de los Padres de la Patria, recordado en Maipú, acudimos a ella como tantos chilenos a presentarle nuestros proyectos, necesidades, dolores y gratitudes. Que su presencia nos acerque y nos inspire a construir nuestra Patria como tierra de encuentro y fraternidad.
El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile
+ Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente
+ Gonzalo Duarte García de Cortázar
Obispo de Valparaíso
Vicepresidente
+ Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
+ Ricardo Ezzati Andrello, sdb
Obispo Auxiliar de Santiago
+ Cristián Contreras Villarroel
Obispo Auxiliar de Santiago
Secretario General
Santiago, 14 de Diciembre de 2005