CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 25 diciembre 2005 (ZENIT.org).- En su primer mensaje de Navidad, Benedicto XVI pidió que la luz de Jesús Niño aliente a la humanidad a construir un orden mundial más justo.
Escucharon sus palabras unas cuarenta mil personas congregadas en la plaza de San Pedro, así como millones de telespectadores de todos los continentes que siguieron la bendición «Urbi et Orbi» (a la ciudad y al mundo) a través de 111 canales de televisión de 68 países.
«Hombre moderno, adulto y, sin embargo, a veces débil en el pensamiento y en la voluntad, ¡déjate llevar de la mano por el Niño de Belén, no temas, fíate de Él!», exhortó el pontífice en un mensaje en el que alternó espiritualidad y candente actualidad.
«La fuerza vivificante de su luz te alienta a comprometerte en la construcción de un nuevo orden mundial fundado sobre relaciones éticas y económicas justas», añadió.
El amor de Dios, encarnado en la Navidad, aseguró, esclarece la conciencia «común de ser «familia» llamada a construir vínculos de confianza y de ayuda mutua».
«Una humanidad unida podrá afrontar los numerosos y preocupantes problemas del momento actual: desde la acechanza terrorista a las condiciones de pobreza humillante en la que viven millones de seres humanos, desde la proliferación de las armas a las pandemias y al deterioro ambiental que amenaza el futuro del planeta», señaló
La mirada del pontífice recorrió a continuación algunos de los focos de tensión más preocupantes del planeta, comenzando por África, donde pidió oponerse a «las luchas fratricidas para que se consoliden los procesos políticos todavía frágiles y se salvaguarden los más elementales derechos».
En particular, hizo llegar este llamamiento a la región sudanesa de Darfur y a otras regiones de África central.
Que Dios hecho hombre «lleve a los pueblos latinoamericanos a vivir en paz y concordia».
«Que anime a los hombres de buena voluntad en Tierra Santa, en Irak, en Líbano, donde, aunque no falten signos esperanzadores, éstos han de ser confirmados por comportamientos inspirados en la lealtad y la sabiduría», añadió.
Por último, auspició el proceso de diálogo «en la península coreana y en otras partes de los países asiáticos, a fin de que se superen las divergencias peligrosas y, con espíritu amistoso, se alcancen los logros de paz que tanto esperan sus pobladores».
Según el obispo de Roma, «el hombre de la era tecnológica, si se encamina hacia una atrofia espiritual y a un vacío del corazón, corre el riesgo de ser víctima de los mismos éxitos de su inteligencia y de los resultados de sus capacidades operativas».
«Por eso –propuso– es importante que abra la propia mente y el propio corazón a la Navidad de Cristo, acontecimiento de salvación capaz de imprimir renovada esperanza a la existencia de todo ser humano».
Los peregrinos que llenaron la plaza de San Pedro desafiaron la lluvia y el frío, pero alentaron al Papa con gritos con los que era acogido Juan Pablo II. El Papa en numerosas ocasiones saludó al sentir el calor humano.
Tras su mensaje, el sucesor del apóstol Pedro impartió desde el balcón de la fachada de la Basílica de San Pedro la bendición «Urbi et Orbi» (a Roma y al mundo) en 32 idiomas, primero en italiano y por último en latín.
En inglés, dijo: «¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en la familias y en todos los pueblos».
Los centenares de peregrinos de América Latina y España estallaron en aplausos y en gritos de aliento.