A causa de la gran afluencia de peregrinos, la celebración eucarística, que duró unas dos horas, se celebró en la plaza de San Pedro del Vaticano, bajo un agradable sol.
La entrega del anillo constituía un gesto particularmente afectivo, tras el consistorio público en el que, en el día anterior, el Santo Padre había creado a los nuevos cardenales.
«El anillo es siempre un signo nupcial», dijo el Papa en la homilía recordando que también recibe un anillo el obispo en el día de su ordenación episcopal, «como expresión de fidelidad y de compromiso de custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo».
El anillo, añadió, les recuerda a los cardenales, «ante todo, que estáis íntimamente unidos a Cristo, para cumplir la misión de esposos de la Iglesia».
«Que recibir el anillo sea, por lo tanto para vosotros, como renovar vuestro «sí»» a Cristo, les recomendó, «y a su santa Iglesia, a la que habéis sido llamados a servir con amor esponsal».
«Todo pasa en este mundo», siguió reconociendo el Papa. «En la eternidad sólo queda el Amor. Por este motivo, hermanos, aprovechando del tiempo propicio de la Cuaresma, comprometámonos a verificar que cada uno de los aspectos de nuestra vida personal y de la actividad eclesial de la que formamos partes, esté impulsado por la caridad y tienda a la caridad».
«Éste es el camino por el que he querido emprender mi pontificado invitando a todos, con la primera encíclica, a edificar la Iglesia en la caridad, como «comunidad de amor»», confesó refiriéndose a la segunda parte de «Deus caritas est».
Para poder alcanzar este objetivo el Papa se dirigió a los cardenales para asegurarles que su «cercanía, espiritual y activa, me es de gran sostén y consuelo».
Por último, pidió a toda la Iglesia, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos, oraciones «para que el Colegio de los cardenales arda cada vez más con la caridad pastoral, para ayudar a toda la Iglesia a irradiar en el mundo el amor de Cristo».