CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 12 marzo 2006 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo a mediodía con motivo de la oración mariana del Ángelus.

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¡Queridos hermanos y hermanas!
Ayer por la mañana concluyó la semana de ejercicios espirituales, que predicó aquí, en el palacio apostólico, el patriarca emérito de Venecia, el cardenal Marco Cé. Han sido días dedicados totalmente a la escucha del Señor, que siempre nos habla, pero que espera de nosotros más atención, especialmente en el tiempo de Cuaresma. Nos lo recuerda también la página del Evangelio de hoy, al proponer la narración de la transfiguración de Cristo en el monte Tabor. Atónitos en presencia del Señor transfigurado, que conversaba con Moisés y Elías, Pedro, Santiago y Juan quedaron repentinamente rodeados por una nube de la que surgió una voz que proclamó: «Este es mi Hijo amado, escuchadle» (Marcos 9, 7).

Cuando se tiene la gracia de experimentar una fuerte experiencia de Dios, es como si se viviera algo análogo a lo que vivieron los discípulos durante la Transfiguración: durante un momento se experimenta con antelación algo que constituirá la felicidad del Paraíso. Se trata, en general, de breves experiencias que en ocasiones Dios concede, especialmente en previsión de duras pruebas. Sin embargo, nadie vive «en el Tabor» mientras está en esta tierra. La existencia humana es un camino de fe y, como tal, avanza más en la penumbra que en plena luz, con momentos de oscuridad e incluso de densa tiniebla. Mientras estamos aquí, nuestra relación con Dios se desarrolla más con la escucha que con la visión; e incluso la contemplación tiene lugar, por así decir, a ojos cerrados, gracias a la luz interior encendida en nosotros por la Palabra de Dios.

La misma Virgen María, a pesar de ser la criatura humana más cercana a Dios, caminó día tras día como en una peregrinación de la fe (Cf. «Lumen gentium», 58), custodiando y meditando constantemente en su corazón la Palabra que Dios le dirigía, ya sea a través de las Sagradas Escrituras ya sea a través de acontecimientos de la vida de su Hijo, en los que reconocía y acogía la misteriosa voz del Señor. Este es, por tanto, el don y el compromiso para cada uno de nosotros en el tiempo cuaresmal: escuchar a Cristo, como María. Escucharle en la Palabra, custodiada en la Sagrada Escritura. Escucharle en los acontecimientos mismos de nuestra vida, tratando de leer en ellos los mensajes de la Providencia. Escucharle, por último, en los hermanos, especialmente en los pequeños y en los pobres, por quienes el mismo Jesús pide nuestro amor concreto. Escuchar a Cristo y obedecer su voz: este es el único camino que lleva a la plenitud de la alegría y del amor.

[Tras rezar el Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en ocho idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los fieles de la comunidad parroquial de San Saturnino, de Alcorcón. En nuestro camino hacia la Pascua, la liturgia del segundo domingo de cuaresma nos invita a contemplar a Jesús como al Hijo amado del Padre que se entrega por nuestra salvación, para que también nosotros mediante la ofrenda de nuestra propia vida seamos transformados a su imagen. ¡Feliz domingo!

[© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana
Traducción del original italiano realizada por Zenit]

Propuestas de Cáritas para que la muerte de 65 mineros mexicanos no caiga en el olvido

MÉXICO, , domingo, 12 marzo 2006 (ZENIT.orgEl Observador).- Con el apoyo de 23 Cáritas diocesanas que operan en México, el presidente de la Comisión de Pastoral Social-Cáritas de la Conferencia del Episcopado Mexicano, monseñor Carlos Talavera Ramírez, ha emitido un comunicado ante la tragedia que costó la vida de 65 trabajadores que laboraban en la mina de Pasta de Conchos, en el Estado de Coahuila (al norte del país).