Fiel colaboradora de san Pedro Poveda, en su obra socioeducativa, llevó con mano firme el timón de la misma, en 1936, cuando el fundador entregó su vida por la fe en las tapias del cementerio de Madrid, el 28 de julio, día de su fiesta litúrgica.
María Josefa Segovia celebraba siempre el mes de marzo de modo especial por ser el de su santo, el día 19 y también el de la Encarnación, el 25, día en que conmemoraba personalmente con gran devoción el «sí» de María. Su muerte, el día 29 de este mes, no es casual. Eligió para su intervención quirúrgica la fecha del Fiat, el 25 de marzo de 1957.
Su proceso de beatificación está ya avanzado y aprobado el decreto de virtudes heroicas, y sus reliquias se conservan en Los Negrales (Madrid), donde el 6 de marzo se acabaron obras de remodelación para poder acoger al número creciente de personas que acuden a orar ante sus reliquias, en la cripta de la Casa de Espiritualidad de Santa María, muy cerca de Madrid, y ante las de san Pedro Poveda.
En el acto de traslado de las reliquias a su lugar original, tras las obras, estuvo presente la directora de la Institución Teresiana, Loreto Ballester, quien expresó el deseo de que «esta casa siga siendo lugar de encuentro con Dios y con dos testigos suyos» y recordó que la capilla y cripta «son lugares en donde ha orado mucha gente».
En Guadix (España), lugar de inicio de la obra evangelizadora del joven seminarista Poveda, a comienzos del siglo XX, los profesores del colegio que lleva su nombre recordaron a María Josefa Segovia, en un encuentro, como modelo de un “feminismo dialogante” y una de las mujeres que dejó huella entre los educadores andaluces. Otras muchas iniciativas de este tipo se celebran en este mes en treinta países.
Sus años de gobierno de la Institución Teresiana fueron fecundos y, en la postguerra mundial, lanzó a una obra de expansión en Europa, América Latina, Asia y África. Dejó una Obra consolidada, con centros educativos y culturales, publicaciones, y presencias en los más diversos ámbitos académicos, profesionales y de evangelización, para demostrar con la vida y los hechos que la fe no es incompatible con la ciencia.
Ella misma impulsó centros de estudio e investigación, revistas de pensamiento, el concurso a cátedras universitarias y de todos los niveles educativos, y la presencia allí donde era necesario decir una palabra desde los valores del humanismo cristiano.
Su muerte fue una multitudinaria manifestación de duelo de personas de los más diversos estamentos sociales. Ya entonces, el arzobispo de Madrid, en el funeral, aludió a su santidad. Ha sido incluida en el elenco de las cien mujeres más relevantes de la historia del siglo XX en España.