ROMA, viernes, 17 agosto 2007 (ZENIT.org).- Tras su liberación, el mayor deseo del padre Giancarlo Bossi ha sido el reencuentro con sus parroquianos de Payao (Filipinas), donde lleva una vida de misión con plena conciencia de los riesgos que ello implica.
La desaparición, el 10 de junio, del sacerdote italiano del Pontificio Instituto de Misiones Extrajeras (PIME) puso literalmente de rodillas a fieles de todo el mundo en una plegaria común para su liberación.
Desde el momento del secuestro, el Papa oró y pidió diariamente noticias sobre el sacerdote.
El 20 de julio el misionero, de 57 años, fue liberado en Mindanao.
«Una oración coral desde todo el mundo, que ha involucrado a muchísimas personas, de credos diversos, ha obtenido de Dios la gracia deseada», escribió el superior general del PIME, el padre Gian Battista Zanchi.
El pasado 30 de julio, aniversario de la fundación del PIME, su superior general celebró la Santa Misa en acción de gracias por la liberación del padre Bossi.
La oración «obtuvo de Dios no sólo la gracia de la liberación, sino que tuvo un efecto beneficioso en el corazón del padre Giancarlo durante su prisión», quien reconoció que «nunca perdió la tranquilidad» en su interior y que «de ello tenía que dar gracias a Dios, frente a todo lo que le estaba sucediendo», recordó el padre Zanchi en su homilía.
La semana pasada, el sacerdote regresó de Manila. Transcurrirá unos días de descanso con su familia.
Ha sido invitado el primer fin de semana de septiembre a Loreto, con ocasión de la peregrinación que Benedicto XVI realizará al santuario mariano, donde se encontrará con numerosísimos jóvenes. A estos se ha pedido que dé testimonio el misionero del PIME, quien relata su experiencia en esta entrevista concedida a «Radio Vaticana».
–¿Cuál ha sido la mayor alegría que ha tenido tras su liberación?
–P. Bossi: La mayor alegría de la liberación es haber vuelto a mi parroquia y encontrarme con mis parroquianos. Tenía que volver -aunque en Payao la gran mayoría son cristianos, el centro [del lugar] es en un 50% musulmán y en un 50% cristiano- precisamente para evitar, llamémoslo así, un choque de civilizaciones o una guerra de religiones. Y cuando les he dicho que los que me secuestraron en el fondo eran sólo grandes criminales –y por lo tanto son criminales sólo esos pocos que me secuestraron, porque ¡no es que los musulmanes sean todos criminales!; igual que cuando un cristiano roba: ¡no es que todos los cristianos sean ladrones!-, creo que la gente de Payao lo ha entendido…
–En su actividad como misionero, ¿contaba con la posibilidad de sufrir esta experiencia del secuestro?
–P. Bossi: No. Sabíamos que era un lugar de riesgo, sabíamos que existen muchos, muchos peligros, pero esto no me lo esperaba.
–En esos días, ¿pensó alguna vez que le quitarían la vida?
–P. Bossi: ¡No, no, no! Jamás pensé que me matarían; es más: siempre me trataron bien. Además tenía presente la experiencia de mi hermano [de la comunidad religiosa] Luciano y de otros sacerdotes que después de haber sido secuestrados fueron liberados. Por lo que también yo me esperaba dos o tres meses de apresamiento y después la liberación. En cambio, gracias al Cielo, han sido sólo cuarenta días.
–¿Qué percibió de sus secuestradores aquellos días?
–P. Bossi: La idea que me he hecho de mis secuestradores es que se trata de una pobre gente, en el sentido de que se les ordenó que me secuestraran y así lo hicieron. Y punto. Por lo demás, ni siquiera ellos saben de quién vino la orden, desconocen los planes, o qué significaba mi secuestro… Lo único que sabían es que mi secuestro daba dinero. Sin más.
–Usted ha declarado que rezó con sus secuestradores. ¿Cómo sucedió esto?
–P. Bossi: Porque ellos oraban tres veces al día, y cuando rezaban también lo hacía yo, y en mi interior la idea que me formaba, las primeras veces, al verles rezar y rezar yo mismo, era: ¿pero estamos rezando al mismo Dios? Porque si existe un Dios de la paz y de la misericordia: ¿cómo es que ellos rezan, con un fusil en su mano derecha, teniéndome prisionero en su izquierda? Me parecía una gran contradicción, ¿no? Por eso les pedía información y su respuesta era muy sencilla: me dijeron que Alá está en su corazón, pero no es su «trabajo». Y esto también para muchos cristianos es igual: o sea, Dios existe, pero en nuestras opciones diarias somos nosotros los que tomamos las decisiones; Dios no cuenta nada. Y esto es algo sobre lo que debemos reflexionar…
–Lo que le ha sucedido, ¿cambiará de alguna forma la misión del PIME en Filipinas, en particular en Mindanao?
–P. Bossi: No. La semana pasada nos reunimos todos los del PIME que trabajamos en Filipinas con nuestro superior general, y recalcamos que nuestra presencia en Mindanao continúa; no dejaremos nuestros sitios de labor aún conociendo los riesgos que podemos encontrar a lo largo del camino de nuestra presencia allí.
–Otros misioneros podrían estar en peligro en esa zona…
–P. Bossi: ¡Todos estamos en peligro! Sabemos que es así, y sabemos que nos pueden pasar estas cosas, pero seguimos tranquilamente adelante.
–Usted expresó su deseo, tras su liberación, de encontrarse con Benedicto XVI. ¿Por qué?
–P. Bossi: Al saber que siempre rezó por mí, que me recordó ante el Señor, me parece que tengo que agradecérselo.