El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló (Is. 9,1)
Queridos hermanos y hermanas,
el mundo mira a Belén, con un anhelo de esperanza y una necesidad de paz que sacuden profundamente el alma. Nosotros, que tenemos la dicha de vivir en Tierra Santa, volvemos a celebrar la Navidad como cada año, con el corazón tocado por una gracia que nos sorprende una vez más. Parece que esta fiesta quiera remover nuestra vejez interior, para hacer renacer en nuestro interior la límpida audacia de la infancia, cuando creíamos que todo bien era alcanzable. La urgencia de la paz nos templa el corazón, a pesar de la amargura de las crónicas, y nos hace mendigos de esperanza. Mirar a la Gruta de Belén nos incita a esperar un mundo mejor. La necesidad de amar, que hunde sus raíces en lo profundo del alma, nos hace sobresaltarnos con la fe renovada ante la pobreza de Belén.
El desánimo y la desilusión que oprimen nuestros corazones como una pesada carga, parecen disolverse. No podemos rechazar la esperanza, ante el misterio de un Dios que nace Niño, en una gruta de pastores.
En Navidad, incluso la persona más cruelmente herida por la vida, descubre que Dios continúa viviendo en medio de nosotros. La guerra y la violencia no lograrán ser la última palabra que concluya la historia. El odio y la desesperación no borran la necesidad de amor que continúa tenazmente viva en el espíritu de la persona. La luz de Dios continúa brillando en el silencio de Belén, e ilumina los senderos de los hombres.
Experiencias de desilusión y de errores sociales pueden nublar los horizontes del alma, pero si levantamos nuestra mirada hacia la estrella de Belén, la vida vuelve a iluminarse. Comprendamos, con la simple y realista sabiduría de la fe, que Dios sigue amándonos. Su Hijo, Jesús, viene para ser habitante de esta tierra, para que se realice el milagro de la alegría y de la fraternidad, también entre nosotros. Con admiración dirijamos nuestros ojos a José y a la Virgen Santa, para que nos inunde su gozosa serenidad.
Esta Navidad queremos rezar para que, como ellos, también nosotros seamos capaces de acoger a Jesús, y de creer que el Amor de Dios puede cambiar nuestra vida. Somos pobres, pero tenemos el coraje de creer. La luz verdadera, la que ilumina a toda persona ha venido al mundo (Juan 1,9), para que nosotros, embargados por una esperanza que no decae, podamos ser sus testigos.
A todos, mis afectuosos deseos de una Navidad Santa.
fray Pierbattista Pizzaballa ofm
Custodio de Tierra Santa