ROMA, martes, 25 diciembre 2007 (ZENIT.org).- La Redacción de Zenit desea a todos sus lectores paz en estos días en los que celebramos el nacimiento de Jesús, el Salvador.

Si bien la cita informativa de Zenit se reanudará el 1 de enero, se continuará con la publicación de los comentarios del predicador de la Casa Pontifica -el padre Raniero Cantalamessa, OFMCap.- de la liturgia de las fiestas; asimismo, la agencia mantiene un observatorio de guardia.

Muy feliz Navidad.

Homilía de Benedicto XVI en la misa de Nochebuena

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 25 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la Santa Misa de la Noche de la Solemnidad de la Natividad del Señor, que ha presidido en la basílica de san Pedro del Vaticano.

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 Queridos hermanos y hermanas:

«A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada» (cf. Lc 2,6s). Estas frases, nos llegan al corazón siempre de nuevo. Llegó el momento anunciado por el Ángel en Nazaret: «Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo» (Lc 1,31). Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo. Podemos imaginar con cuánta preparación interior, con cuánto amor, esperó María aquella hora. El breve inciso, «lo envolvió en pañales», nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se encontrara bien atendido. Pero en la posada no había sitio. En cierto modo, la humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no tiene sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.