Don PASCUAL CHÁVEZ VILLANUEVA, s.d.b.
Rector mayor de los Salesianos de Don Bosco
1. Me agrada particularmente enviarle mi cordial saludo a usted y a los participantes en el XXVI capítulo general, que constituye un momento de gracia en la vida de esa congregación, presente ya en todos los continentes. En él están llamados a confrontarse la riqueza y la diversidad de las experiencias, de las culturas, de las expectativas de los salesianos, comprometidos en múltiples actividades apostólicas y deseosos de hacer cada vez más eficaz su servicio a la Iglesia.
El carisma de don Bosco es un don del Espíritu para todo el pueblo de Dios, pero sólo en la escucha dócil y en la disponibilidad a la acción divina es posible interpretarlo y hacerlo actual y fecundo también en nuestro tiempo. El Espíritu Santo, que en Pentecostés descendió con abundancia sobre la Iglesia naciente, como viento sigue soplando donde quiere; como fuego sigue derritiendo el hielo del egoísmo; y como agua, sigue regando lo que es árido. Derramando sobre los capitulares la abundancia de sus dones, llegará al corazón de los hermanos, los hará arder con su amor, los inflamará con el deseo de santidad, los impulsará a abrirse a la conversión y los fortalecerá en su audacia apostólica.
2. Los hijos de don Bosco pertenecen a la gran multitud de los discípulos que Cristo ha consagrado para sí por medio de su Espíritu con un especial acto de amor. Los ha reservado para sí; por eso, en su testimonio debe resplandecer el primado de Dios y de su iniciativa. Cuando se renuncia a todo por seguir al Señor, cuando se le da lo más querido que se tiene, afrontando cualquier sacrificio, entonces no debe sorprender que, como sucedió con el divino Maestro, la persona consagrada se convierta en «signo de contradicción», porque su modo de pensar y de vivir termina por encontrarse a menudo en contraste con la lógica del mundo.
En realidad, esto es motivo de consuelo, porque testimonia que su estilo de vida es alternativo con respecto a la cultura del tiempo y puede desempeñar en ella una función en cierto modo profética. Pero, con este fin, es necesario vigilar sobre las posibles influencias del secularismo, para defenderse y así poder proseguir con determinación por el camino emprendido, superando un «modelo liberal» de vida consagrada y viviendo una existencia totalmente centrada en el primado del amor a Dios y al prójimo.
3. El tema elegido para este capítulo general es el mismo programa de vida espiritual y apostólica de don Bosco: «Da mihi animas, cetera tolle». En él se encierra toda la personalidad del gran santo: una profunda espiritualidad, el espíritu de iniciativa creativa, el dinamismo apostólico, la laboriosidad incansable, la audacia pastoral y, sobre todo, su consagración sin reservas a Dios y a los jóvenes.
Don Bosco fue un santo con una sola pasión: «la gloria de Dios y la salvación de las almas». Es de vital importancia que cada salesiano se inspire continuamente en don Bosco; que lo conozca, lo estudie, lo ame, lo imite, lo invoque y tenga su misma pasión apostólica, que brota del corazón de Cristo. Esa pasión es capacidad de entregarse, de apasionarse por las almas, de sufrir por amor, de aceptar con serenidad y alegría las exigencias diarias y las renuncias de la vida apostólica.
El lema «Da mihi animas, cetera tolle» expresa en síntesis la mística y la ascética del salesiano. No puede haber una mística ardiente sin una intensa ascesis que la sostenga; y, viceversa, nadie está dispuesto a pagar un precio alto y exigente, si no ha descubierto un tesoro fascinante e inestimable.
En un tiempo de fragmentación y de fragilidad como el nuestro, es necesario superar la dispersión del activismo y cultivar la unidad de la vida espiritual a través del logro de una profunda mística y de una sólida ascética. Esto alimenta el compromiso apostólico y es garantía de eficacia pastoral. En esto debe consistir el camino de santidad de todo salesiano; en esto debe concentrarse la formación de las nuevas vocaciones a la vida consagrada salesiana.
La lectio divina y la Eucaristía, vividas diariamente, son luz y fuerza de la vida espiritual del salesiano consagrado. Debe alimentar su jornada con la escucha y la meditación de la palabra de Dios, ayudando también a los jóvenes y a los fieles laicos a valorarla en su vida diaria y esforzándose luego por traducir en testimonio lo que la Palabra indica: «La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega» (Deus caritas est, 13). Llevar una vida sencilla, pobre, sobria, esencial y austera ayudará a los salesianos a fortalecer su respuesta vocacional frente a los peligros y las amenazas de la mediocridad y del aburguesamiento; eso los llevará a estar más cerca de los necesitados y de los marginados.
4. Los salesianos, a ejemplo de su amado fundador, deben arder de pasión apostólica. La Iglesia universal y las Iglesias particulares en las que están insertados esperan de ellos una presencia caracterizada por el impulso pastoral y por un audaz celo evangelizador. Las exhortaciones apostólicas postsinodales concernientes a la evangelización en los varios continentes podrán servirles de estímulo y de orientación para realizar en los diversos contextos una evangelización inculturada. La reciente Nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización puede ayudarles a profundizar en el modo de comunicar a todos, especialmente a los jóvenes más pobres, la riqueza de los dones del Evangelio. La evangelización ha de ser la frontera principal y prioritaria de su misión hoy. Presenta compromisos múltiples, desafíos urgentes, campos de acción vastos, pero su cometido fundamental consiste en proponer a todos que vivan la existencia humana como la vivió Jesús.
En las situaciones plurirreligiosas y en las secularizadas es preciso encontrar caminos inéditos para dar a conocer, especialmente a los jóvenes, la figura de Jesús, a fin de que perciban su perenne fascinación. Por tanto, en su acción apostólica debe ocupar un lugar central el anuncio de Jesucristo y de su Evangelio, juntamente con la invitación a la conversión, a la acogida de la fe y a la inserción en la Iglesia. De aquí nacen luego los caminos de fe y de catequesis, la vida litúrgica y el testimonio de la caridad activa. Su carisma los sitúa en la condición privilegiada de poder valorar la aportación de la educación en el campo de la evangelización de los jóvenes. En efecto, sin educación no hay evangelización duradera y profunda, no hay crecimiento y maduración, no se da cambio de mentalidad y de cultura.
Los jóvenes alimentan deseos profundos de vida plena, de amor auténtico, de libertad constructiva; pero, lamentablemente, sus expectativas a menudo se ven defraudadas y no llegan a realizarse. Es indispensable ayudar a los jóvenes a valorar los recursos que llevan dentro de sí como dinamismo y deseo positivo; ponerlos en contacto con propuestas llenas de humanidad y de valores evangélicos; impulsarlos a insertarse en la sociedad como parte activa a través del trabajo, la participación y el compromiso en favor del bien común. Esto exige que quienes los guían ensanchen los ámbitos del compromiso educativo con atención a las nuevas pobrezas juveniles, a la educación superior, a la inmigración; requiere, además, prestar atención a la familia y a su implicación. Desarrollé este aspecto tan importante en la Carta sobre la urgencia educativa, que dirigí recientemente a los fieles de Roma y que ahora entrego idealmente a todos los salesianos.
5. Desde su origen, la congregación salesiana está comprometida en la evangelización en diversas partes del mundo: desde la Patagonia y América Latina hasta Asia y Oceanía, África y Madagascar. En un momento en que en Europa las vocaciones disminuyen y los desafíos de la evangelización aumentan, la congregación salesiana debe estar atenta a fortalecer la propuesta cristiana, la presencia de la Iglesia y el carisma de don Bosco en este continente. Al igual que Europa ha sido generosa enviando numerosos misioneros a todo el mundo, así ahora toda la congregación, apelando especialmente a las regiones ricas en vocaciones, debe estar disponible con respecto a ella.
Para prolongar en el tiempo la misión entre los jóvenes, el Espíritu Santo impulsó a don Bosco a dar vida a varias fuerzas apostólicas animadas por el mismo espíritu y unidas por el mismo compromiso. En efecto, las tareas de la evangelización y la educación requieren numerosas aportaciones, que sepan actuar en sinergia; por eso, los salesianos han implicado en dicha obra a numerosos laicos, a las familias y a los jóvenes mismos, suscitando entre ellos vocaciones apostólicas que mantengan vivo y fecundo el carisma de don Bosco.
Es preciso presentar a estos jóvenes la fascinación de la vida consagrada, el radicalismo del seguimiento de Cristo obediente, pobre y casto, el primado de Dios y del Espíritu, la vida fraterna en comunidad, la entrega total a la misión. Los jóvenes son sensibles a propuestas de compromiso exigente, pero necesitan testigos y guías que sepan acompañarlos en el descubrimiento y en la acogida de dicho don.
Sé que en este contexto la congregación está dedicando una atención especial a la vocación del salesiano coadjutor, sin la cual perdería la fisonomía que don Bosco quiso darle. Ciertamente, es una vocación difícil de discernir y de acoger; brota más fácilmente donde se promueven entre los jóvenes las vocaciones laicales apostólicas y se les da un testimonio gozoso y entusiasta de consagración religiosa. Que el ejemplo y la intercesión del beato Artémides Zatti y de otros venerados hermanos coadjutores, que gastaron su existencia por el reino de Dios, obtengan también hoy a la familia salesiana el don de esas vocaciones.
6. Aprovecho de buen grado esta ocasión para expresar un agradecimiento particular a la congregación salesiana por el trabajo de investigación y formación que lleva a cabo en la Pontificia Universidad Salesiana, donde se han formado y han sido profesores algunos de mis actuales y más estrechos y estimados colaboradores. Tiene una identidad que le deriva del carisma de don Bosco, y da a toda la Iglesia una contribución original y específica. Es la única entre las universidades pontificias que tiene una facultad de ciencias de la educación y un departamento de pastoral juvenil y catequística, sostenidos por las aportaciones de otras facultades. Con vistas a un estudio que aproveche la diversidad de las culturas y esté atento a la multiplicidad de los contextos, es de desear que se incremente en ella la presencia de profesores provenientes de toda la congregación.
Ante la emergencia educativa que existe en numerosas partes del mundo, la Iglesia necesita la contribución de estudiosos que profundicen la metodología de los procesos pedagógicos y formativos, la evangelización de los jóvenes y su educación moral, elaborando juntos respuestas a los desafíos de la era posmoderna, de la interculturalidad y de la comunicación social, tratando al mismo tiempo de ayudar a las familias.
El sistema preventivo de don Bosco y la tradición educativa salesiana impulsarán seguramente a la congregación a proponer una pedagogía cristiana actual, inspirada en su carisma específico. La educación constituye uno de los puntos fundamentales de la cuestión antropológica actual, para cuya solución estoy seguro de que la Pontificia Universidad Salesiana dará una valiosa contribución.
7. Señor rector mayor, la tarea que tiene ante sí la congregación salesiana es ardua, pero también exaltante: cada miembro de vuestra gran familia religiosa está llamado a hacer presente a don Bosco entre los jóvenes de nuestro tiempo. En el año 2015 celebraréis el bicentenario de su nacimiento, y con las decisiones que tomaréis en este capítulo general ya iniciáis la preparación de las celebraciones de ese importante acontecimiento jubilar. Que esto os sirva de estímulo para ser cada vez más «signos creíbles del amor de Dios a los jóvenes» y para hacer que los jóvenes sean verdaderamente la esperanza de la Iglesia y de la sociedad.
La Virgen María, a quien don Bosco os enseñó a invocar como Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los cristianos, os sostenga en vuestros propósitos. «Es ella quien lo ha hecho todo», repetía don Bosco al final de su vida, refiriéndose a María. Por tanto, ella será una vez más vuestra guía y maestra. Os ayudará a comunicar «el carisma de don Bosco». Será para vuestra congregación y para toda la familia salesiana, para los educadores y sobre todo para los jóvenes, Madre y Estrella de la esperanza.
Al presentar a vuestra atención estas reflexiones, os renuevo la expresión de mi gratitud por el servicio que prestáis a la Iglesia, y, a la vez que os aseguro mi constante oración, le imparto de corazón a usted, rector mayor, a los participantes en la asamblea capitular y a toda la familia salesiana, una especial bendición apostólica.
Vaticano, 1 de marzo de 2008
[Traducción distribuida por la Santa Sede
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