El Año de San Pablo plantea la perenne actualidad de la conversión

Según Maria Laura Giordano experta en apologética

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BARCELONA, domingo, 27 abril 2008 (ZENIT.org).- La figura de san Pablo, que de camino hacia Damasco cae de caballo, se ha convertido en la metáfora de cualquier conversión, una de los temas centrales que plantea el Año Paulino, que comenzará el próximo 28 de junio.

Maria Laura Giordano, profesora en la Universidad Abad Oliba CEU de Barcelona, doctora en Historia Moderna por la Universidad de Catania, lo explica en esta entrevista. Ha escrito el libro «Apologetas de la fe».

Hoy mucha gente no entiende qué significa que san Pablo fue el «apóstol de los gentiles». ¿Cómo se lo explicaría, a un joven de nuestro tiempo?

–Giordano: Mucha gente no lo entiende porque a menudo se han interpretado las Escrituras «olvidando» que Jesús descendía estirpe de David y que era un circunciso así como se ha «olvidado» que  los primeros destinatarios del mensaje cristiano fueron los judíos.

A este propósito, en los Hechos de los Apóstoles (11, 1-18) hay un episodio en el que Pedro tiene un sueño en el que el Señor le dice que vaya a predicar a casa de una persona que no está circuncisa. Es decir, hace falta un sueño inspirado por Dios para vencer las resistencias de Pedro que no quería ir a comer y a predicar a casa de un hombre no circunciso.

Cómo olvidar, además, los problemas que la comunidad de judíos convertidos plantearon a Pablo: estos últimos tenían dificultad en entender que ya no necesitaban la circuncisión para ser cristianos ni ponerse bajo el yugo de la ley mosaica para salvarse.

 

San Pablo fue el apóstol de los gentiles porque anunció el Evangelio, después de haber realizado sus  primeros viajes misioneros a Oriente, también a los que no eran judíos, a los gentiles, es decir a los paganos de Occidente.

Fue el momento de mayor apertura del mensaje cristiano que sale de la tierra que lo ha generado para proyectarse hacia el mundo, para universalizarse. Sólo uno como Pablo, ciudadano romano, de cultura griega y de raza judía, hubiera podido hacerlo.

–¿San Pablo conservó el fervor de la conversión hasta su muerte?

–Giordano: Sí. De otra manera no se entendería su vida.

–¿Cuáles son las consecuencias de una conversión como la de san Pablo, y cómo se aplican hoy a las nuevas conversiones?

–Giordano: Cualquier conversión implica un cambio. En la figura de Pablo este cambio logra ser representado con poderoso dramatismo que lleva consigo también una carga simbólica de una belleza indiscutible: el pasaje de las tinieblas a la luz de la fe se expresa a través de la paradoja de la luz que hace ciegos.

Pablo muere y renace, su ceguera es un bautismo terrible y regenerador. La figura de San Pablo que de camino hacia Damasco cae de caballo se ha convertido en la metáfora de cualquier conversión, en un topos de nuestra cultura occidental que celebra la sumisión del hombre al diseño divino.

Cada conversión sigue siendo hoy, como entonces, un momento de cambio, un pasaje de la muerte a una nueva vida. Aunque, como diría San Pablo, es la gracia la que elige y «predestina», el hombre es libre de atender o desatender la llamada divina, puesto su libertad, su libre albedrío, queda en juego cada vez que se relaciona con Dios.

Como dicen los Evangelios, Cristo quiso que la fe fuera un acto libre y por lo tanto no sujeto ni a de ningún determinismo divino ni a ninguna constricción humana.

Esta idea de la religión cristiana como religión de la libertad es un eje fundamental de la enseñanza paulina y una escuela de civilización y humanidad que debemos a  nuestras raíces judeocristianas.

Por Miriam Díez i Bosch

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ZENIT Staff

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