Religiosos, en primera línea contra el sida pero con pocas ayudas

Conclusiones del Forum organizado por la Unión de Superiores Generales

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ROMA, jueves, 8 mayo 2007 (ZENIT.org).- Una mayor coordinación entre los institutos religiosos para elaborar eficaces propuestas comunes, y para contar más en los organismos internacionales que gestionan los recursos financieros destinados a las emergencia sanitarias en el mundo. Esta ha sido la petición más urgente del Foro organizado del 3 al 5 de mayo en Roma por la Unión de Superiores Generales (USG) y la Unión Internacional de las Superioras Generales (UISG).

El encuentro reunió a representantes de numerosas congregaciones empeñadas en luchar contra la difusión del virus VIH y que sirvió para presentar los resultados de una investigación realizada en colaboración con la Agencia de Naciones Unidas para la lucha contra el sida (ONUSIDA) y con la Universidad de Georgetown.

Titulado «In loving service», un servicio de amor, representa el análisis global del empeño de los institutos religiosos contra la plaga del síndrome de inmunodeficienmcia adquirida.

«Estamos llamados a superar la fragmentación que existe entre nosotros –subrayó el padre Frank Monks, religioso camiliano, presidente de la Comisión de Salud de la USG– para hablar con una sola voz y establecer una nueva cultura de cooperación y de comunión».

Según el informe, hay países pobres en los que los cristianos proporcionan hasta el 40% de los servicios sanitarios pero no tienen voz en capítulo y son dejados solos a combatir sus batallas, con escasos resultados.

La del VIH/sida es una pandemia que, en diciembre de 2007, según estimaciones por defecto, afectaba a más de treinta y tres millones de personas en el mundo. Hubo tres millones de muertos sólo en ese año.

Más allá de la trágica pérdida de vidas humanas –se lee en el informe- están los efectos que estas muertes tienen sobre las familias y la sociedad.

Según ONUSIDA, en 2005 más de quince millones de jóvenes menores de 18 años quedaron huérfanos a causa del virus y más de doce millones de ellos residían en el África subsahariana.

Los jóvenes por debajo de 25 años –el futuro de la humanidad– constituyen la mitad de los nuevos infectados del planeta. China y la India, a causa del aumento exponencial del número de los habitantes, son los países que corren el riesgo más elevado.

Desde el inicio de la pandemia, los institutos religiosos católicos asumieron un papel fundamental en cuidar directamente a los enfermos y personas afectadas, en la prevención del VIH entre la población, en seguir señalando los factores culturales, políticos y socioeconómicos que contribuyen tanto a la proliferación del síndrome como a sus consecuencias.

Porque el sida –fue otra de las afirmaciones del Forum– es una realidad compleja que va más allá del aspecto médico, incluyendo la educación, las condiciones sociales, económicas, políticas y de justicia.

Los participantes representan a cerca de dos mil institutos de vida consagrada presentes en la USG y la UISG: un ejército de sacerdotes y religiosos a los que se suman tres millones de laicos que, en estrecha colaboración, trabajan en cerca de mil hospitales, en más de cinco mil dispensarios y en ochocientos orfanatos (sólo en África). 

«Y sin embargo –declaró a «L’Osservatore Romano», el diario vaticano, el padre Robert Vitillo, consejero especial de Caritas Internacional para el VIH y el sida– a pesar de su profunda implicación en proporcionar asistencia, a pesar de que cubren el 26,7% de todos los servicios relacionados con la ayuda a los pacientes y a la población en general, las congregaciones religiosas reciben sólo una pequeña fracción, cerca del 5%, del Fondo global para la lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria de la ONU, que asciende a casi diez mil millones de dólares».

El proyecto de  realizar un mapa –distribuyendo un cuestionario a todos los institutos activos en más de doscientos países y al que respondieron 446 representantes de las comunidades–, fue pensado precisamente para legitimar y hacer visible el significado de esta  presencia convertida en insustituible y fotografiar una realidad hecha de caridad y dedicación absoluta al prójimo, cualquiera que sea.

«En nuestras estructuras –explica el padre Vitillo– acogemos a todos, creyentes y no creyentes. La Iglesia católica es muy activa tanto a nivel médico-sanitario como en la prevención de la transmisión del virus de madre a hijo, en el cuidado de los huérfanos, en la asistencia espiritual, en la educación sexual, en la promoción de la mujer, en el campo de la investigación. Pero demasiado tiempo nuestro se emplea en buscar los fondos para todo esto».

Fondos que no pueden faltar: «Las personas en terapia no pueden permitirse suspender los tratamientos –explica sor Dorina Tadiello, vicaria general de las misioneras combonianas, médica durante años empeñada en el hospital de Gulu en Uganda– y la asistencia hay que garantizarla todos los días, las veinticuatro horas». 

«De cuarenta mil personas que cada año contraen el vih en Burkina Faso –explica el padre Jacques Simporé, genetista molecular en el hospital San Camilo de Uagadugu, y consultor del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud– diez mil son niños infectados durante el embarazo, el parto o la lactancia. La profilaxis en prevenir la transmisión vertical del VIH está plenamente demostrada pero pierde su eficacia si falta el acceso al agua potable: si se opta por la alimentación con leche en polvo allí donde no hay agua potable, donde no existen los frigoríficos, donde las más elementales normas higiénicas no se siguen, el niño estará siempre en riesgo de infecciones gastrointestinales que fácilmente pueden resultar fatales».

Todos estos datos hacen finalmente visible, a través del informe presentado en este Forum, un extraordinario servicio de amor.

Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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