ROMA, martes, 13 mayo 2008 (ZENIT.org).- La oración de sanación ha sido a lo largo de los siglos un elemento esencial en la vida espiritual de los católicos, ligada inseparablemente a la proclamación del Evangelio.
Los verdaderos pioneros en el ministerio de sanación hay que buscarlos sin embargo en algunos grupos de protestantes que vivieron en Alemania y Suiza, en torno a finales del siglo XIX.
En la Iglesia católica, el Concilio Vaticano II (1962-1965) marca un redescubrimiento de este ministerio, como demuestra la inserción de una enseñanza sobre los carismas en la Constitución sobre la Iglesia, en el nº 12 de la Lumen Gentium.
De modo especial, desde siempre empeñado en profundizar la comprensión y el aprecio del carisma de la sanación en ámbito católico, el Internacional Catholic Charismatic Renewal Services, ICCRS (Servicio de la Renovación Carismática Católica Internacional), un organismo de derecho pontificio reconocido en 1993, tiene la tarea de coordinar y promover el intercambio de experiencias y reflexiones entre las comunidades carismáticas católicas, en cuya espiritualidad participan más de cien millones de fieles esparcidos en 200 países.
Este descubrimiento cobró impulso en 1995, en San Giovanni Rotondo, Italia, cuando fue presentado un encuentro de sanación, en el que participaron 30.000 personas para celebrar el ministerio de sanación, entonces llevado adelante por el difunto padre Emiliano Tardif.
Posteriormente en 2001, en Roma, el ICCRS organizó, junto al Consejo Pontificio para los Laicos, un Coloquio para examinar el ministerio de sanación presente en la Renovación Carismática, ya analizado por la Congregación para la Doctrina de la fe en una Instrucción ad hoc.
Tras el encuentro, una Comisión doctrinal del ICCRS, presidida por monseñor Joseph Grech, obispo de Sandhursty, Australia, emitió un documento en inglés sobre este argumento titulado «Guidelines on Prayers for Healing» (Líneas guía sobre las oraciones de sanación), que se detiene sobre los contextos histórico, bíblico y teológico y sobre las diversas cuestiones pastorales.
Estas líneas guía se sitúan en la línea de los documentos de Malinas, realizados a comienzos de los años 70 tras coloquios promovidos en su diócesis por el cardenal Leòn Joseph Suenens, que fue un gran sostenedor de la Renovación Carismática, y fruto del trabajo de una Comisión doctrinal y teológica, que contaba entre sus miembros con el entonces cardenal Joseph Ratzinger.
En el documento se afirma que «la vasta difusión de los carismas de sanación y el desarrollo de varias prácticas y ministerios en los que se ejercitan, han hecho surgir la necesidad de un prudente discernimiento, en modo especial por parte de los pastores de la Iglesia».
Al mismo tiempo, en nuestros días se observa la tendencia a recurrir a la «medicina holística» o a formas de medicina alternativa para poner freno «a la desesperación que conduce a las personas débiles a buscar ayuda de cualquier fuente», y a menudo las fuentes son «tanto paganas como esotéricas, bajo forma de religión popular tradicional o como nuevas religiones con un énfasis en la aspecto terapéutico».
Del mismo modo, se advierte, «la acción de Satanás no se toma en seria consideración por muchos dentro de la Iglesia».
«Uno de los descubrimientos hechos por quienes están implicados en el ministerio de la sanación --puede leerse-- es la profundidad de las heridas interiores que necesitan ser sanadas en aquellas personas que exteriormente aparecen con salud y normales pero que, en el ‘interior', sufren profundamente».
Son diversos los tipos de enfermedad a los que se aplica este ministerio: física (para sanar enfermedades e invalideces); psicológica (para cicatrizar las heridas emotivas); espiritual (para restablecer la relación privilegiada con Dios resquebrajada por el pecado); exorcismo (para echar a los demonios) y liberación (para liberar a una persona de la influencia malvada a través de la oración dirigida a Dios); de la memoria (para la purificación de un pueblo o de una sociedad de los males del pasado); intergeneracional (para allanar los desórdenes heredados de los progenitores); de la tierra (para afrontar la contaminación y los daños causados al medio ambiente).
Sin embargo, se precisa, «es equivocado pensar que la voluntad de Dios sea la de curar todas las enfermedades y males en esta vida. Jesús dijo a los discípulos que no sólo curaran a los enfermos sino que los ‘visitaran' (Mt 25,36). De hecho, hay casos en el Nuevo Testamento en los que los enfermos permanecen tales, al menos por un poco, a pesar del carisma de sanación de los apóstoles».
En este sentido, se afirma, «El desafío está en purificarse de actitudes de pasividad frente al mal, de manera que cuando no se da la sanación, la aceptación positiva del sufrimiento se transforma en una actitud positiva de fe y no en una mera resignación pasiva»; la persona que sufre debería por tanto «ser animada a perseverar en la oración y en la entrega confiada a Dios».
En efecto «el carácter esencialmente gratuito de la sanación» lo hace «algo derivado de la libre iniciativa de Dios, y del contexto eclesial de la curación».
El intento llevado adelante por la Renovación Carismática es el de integrar los carismas en una renovada vida sacramental, en «un encuentro con la potencia sanadora de Cristo en un contexto sacramental... en una renovación de la fe sacramental, en una más profunda conciencia de que el Señor resucitado está presente y actúa en primera persona en los sacramentos para comunicar su gracia vivificante».
Por esta razón, se subraya, «es esencial que cada ministerio público de sanación se inicie con la proclamación de la Palabra y su exposición» para que «aunque el ministerio de sanación se de fuera del contexto litúrgico, el contexto para comprender la obra de sanación del Señor es siempre sacramental».
Ya de se trate de contextos litúrgicos (unción de los enfermos, liturgia de la Palabra, Santa Misa) o no, «los sacramentos, de modo especial la Eucaristía, son los contextos privilegiados en los que Cristo comunica su potencia sanadora y actualiza de modo misterioso en la Iglesia las obras que el mismo realizó durante la vida terrena».
Sin embargo, es necesario asegurarse de que «la Santa Misa y el Santo Sacramento no sean instrumentalizados para el beneficio de las oraciones de sanación sino que sean respetados en su finalidad, que es la de conducir al fiel a una comunión espiritual con Cristo».
Las líneas guía ponen también en guardia sobre un aspecto especial, el hecho de que el ejercicio de los carismas no puede acompañarse con el pecado, sino que debe unirse a la oferta al Señor de un corazón contrito y humillado.
Además, el poder de sanación es donado en un contexto misionero, no con vistas a la exaltación de los individuos, sino para confirmarles en su misión: «Un carisma de sanación no debe nunca ser tratado como una propiedad personal o usado para atraer la atención sobre sí».
Pero sobre todo «es importante que las sanaciones no sean nunca consideradas como aisladas, como eventos individuales, sino más bien como momentos de gracia dentro de un proceso de conversión de amplio alcance que se refiere a las vidas de las personas tocadas de este modo».
Por Mirko Testa, traducido del italiano por Nieves San Martín