GÉNOVA, domingo, 18 mayo 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI pide el logro de una Convención internacional que prohíba las «mortíferas» bombas-racimo.
Son armas que siguen almacenando unos setenta países. Los efectos de estos artilugios bélicos son frecuentemente indiscriminados.
El dispositivo -existen numerosos tipos– contiene «sub-municiones» que explotan sobre el terreno en un amplio radio, pero no siempre ocurre así y permanecen activos pasados los conflictos. Cada bomba-racimo puede contener cientos de artefactos explosivos.
Se puede saber el lugar de impacto de la bomba, pero no el de dispersión de su peligroso contenido –por la amplitud de zona que puede abarcar- ni el momento exacto de detonación, como se ha apuntado.
El resultado es destrucción e incendios y, más importante, muerte y mutilación sobre todo entre la población civil, con blanco preferente en los niños.
Un drama ante el que el Papa ha vuelto a alzar su voz, esta vez desde su viaje pastoral a Liguria.
Tras el rezo del Ángelus este domingo, desde Génova hizo un llamamiento con ocasión de la Conferencia diplomática que comenzará mañana en Dublín (Irlanda).
Objetivo de la cumbre sobre las bombas-racimo, como Benedicto XVI recordó, es «producir una Convención que prohíba estos mortíferos artefactos».
«Deseo que, gracias a la responsabilidad de todos los participantes, se pueda alcanzar un instrumento internacional fuerte y creíble: es necesario de hecho remediar los errores del pasado y evitar que se repitan en el futuro», advirtió.
El Santo Padre asegura su oración por «las víctimas de las bombas-racimo y sus familias», así como por «cuantos tomarán parte en la Conferencia», confiando en el éxito de la misma.
El Papa ha expresado en otras ocasiones su solicitud por este flagelo, por ejemplo en su discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el pasado 7 de enero. Son palabras que cada año se aguardan con expectación, porque vienen a trazar, por parte de la Iglesia, las luces y sombras, y por lo tanto, los desafíos que evidencia la situación del mundo en ese momento.
En el último encuentro con la diplomacia mundial el Santo Padre exhortó a la comunidad internacional «a un compromiso global por la seguridad» y no dudó en alentar «la adopción de medidas apropiadas para la reducción de armas de tipo convencional y para afrontar el problema humanitario planteado por las bombas-racimo».
Poco después, el observador permanente de la Santa Sede ante la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, advirtió del carácter inaceptable del uso de las bombas-racimo también en el ámbito militar.
«¿Por qué desde que se utilizaron por vez primera las bombas-racimo no se han respetado las reglas del derecho humanitario internacional, sobre todo la de la distinción entre civiles y militares?», cuestionó el arzobispo Silvano Tomasi.
Lanzó su alarma en la sesión del grupo de expertos gubernamentales de los Estados que forman parte de la «Convención sobre prohibiciones o restricciones del empleo de ciertas armas convencionales que pueden considerarse excesivamente nocivas o de efectos indiscriminados».
En febrero de 2007, 46 países se comprometieron en la Conferencia internacional de Oslo a impulsar este año la prohibición mundial del uso, venta y producción de bombas-racimo. Se abstuvieron de suscribir la declaración final Japón, Polonia y Rumania. En la cita no participaron Rusia, China ni los Estados Unidos.
La Conferencia diplomática de Dublín busca la conclusión de la negociación del Tratado internacional que prohíba las bombas-racimo, el marco de cooperación para asistir a las personas afectadas, el mecanismo de destrucción del arsenal y la forma de sanear las regiones contaminadas con estos residuos explosivos.
Por Marta Lago