Benedicto XVI pone en Sydney los cimientos de una ecología humana

Que tiene en cuenta tanto el entorno natural como el social

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SYDNEY, jueves, 17 julio 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI presentó este jueves durante la fiesta de bienvenida de las Jornadas de la Juventud los fundamentos de una ecología humana, que tiene en cuenta tanto el entorno natural como el social.

El largo discurso del pontífice, lleno de imágenes de los paisajes que pudo apreciar durante sus 20 horas de vuelo de Roma a Sydney, hunde sus cimientos en la innata dignidad de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios, y en su responsabilidad ante la creación.

El pontífice comenzó denunciando las «heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable».

«Algunos de vosotros provienen de islas-estado, cuya existencia misma está amenazada por el aumento del nivel de las aguas; otros de naciones que sufren los efectos de sequías desoladoras», dijo a las 500.000 personas que participaron en la fiesta, sobre todo en el embarcadero de Barangaroo, entre los cuales más de 200.000 jóvenes.

Ahora bien, aclaro, al hombre no sólo le rodea un entorno natural, sino que existe también el entorno «social», «el hábitat que nos creamos nosotros mismos». Éste, siguió constatando, también «tiene sus cicatrices; heridas que indican que algo no está en su sitio».

Entre los ejemplos citó «el abuso de alcohol y de drogas, la exaltación de la violencia y la degradación sexual, presentados a menudo en la televisión e internet como una diversión».

«Me pregunto cómo uno que estuviera cara a cara con personas que están sufriendo realmente violencia y explotación sexual podría explicar que estas tragedias, representadas de manera virtual, han de considerarse simplemente como ‘diversión'», confesó el obispo de Roma.

La causa de la crisis

Esta crisis de la ecología natural y de la ecología social el Papa la atribuyó al hecho de que «la libertad y la tolerancia están frecuentemente separadas de la verdad».

«Esto está fomentado por la idea, hoy muy difundida, de que no hay una verdad absoluta que guíe nuestras vidas. El relativismo, dando en la práctica valor a todo, indiscriminadamente, ha hecho que la ‘experiencia’ sea lo más importante de todo».

En realidad, «las experiencias, separadas de cualquier consideración sobre lo que es bueno o verdadero, no llevan a una auténtica libertad, sino más bien a una confusión moral o intelectual, a un debilitamiento de los principios, a la pérdida de la autoestima, e incluso a la desesperación».

El papa invitó a los jóvenes a no dejarse «engañar por los que ven en vosotros simplemente consumidores en un mercado de posibilidades indiferenciadas, donde la elección en sí misma se convierte en bien, la novedad se hace pasar como belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la verdad».

«¿Sabemos reconocer que la dignidad innata de toda persona se apoya en su identidad más profunda -como imagen del Creador- y que, por tanto, los derechos humanos son universales, basados en la ley natural, y no algo que depende de negociaciones o concesiones, fruto de un simple compromiso?», preguntó el Papa.

Esto le llevó a reflexionar sobre «el lugar que ocupan en nuestra sociedad los pobres, los ancianos, los emigrantes, los que no tienen voz».

«¿Cómo es posible que la violencia doméstica atormente a tantas madres y niños? ¿Cómo es posible que el seno materno, el ámbito humano más admirable y sagrado, se haya convertido en lugar de indecible violencia?», siguió interrogándose.

Dignidad innata de toda vida humana

Según el pontífice, «la preocupación por la no violencia, el desarrollo sostenible, la justicia y la paz, el cuidado de nuestro entorno, son de vital importancia para la humanidad».

«Pero todo esto no se puede comprender prescindiendo de una profunda reflexión sobre la dignidad innata de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, una dignidad otorgada por Dios mismo y, por tanto, inviolable», alertó.

«Nuestro mundo está cansado de la codicia, de la explotación y de la división, del tedio de falsos ídolos y respuestas parciales, y de la pesadumbre de falsas promesas».

«Nuestro corazón y nuestra mente –concluyó– anhelan una visión de la vida donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se construya la unidad, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la identidad se encuentre en una comunión respetuosa».

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ZENIT Staff

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