La petición de perdón del Papa por abusos sexuales conmueve

Testimonios de quienes le oyeron

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SYDNEY, sábado, 19 julio 2008 (ZENIT.org).- Quienes fueron testigos de la petición de perdón de Benedicto XVI a las víctimas de abusos sexuales cometidos por sacerdotes no han ocultado su conmoción.

Al celebrar en la mañana de este sábado la Eucaristía en la catedral de Santa María en Sydney, el Papa : «De verdad estoy profundamente mortificado por el dolor y el sufrimiento soportados por las víctimas y les aseguro que, como su Pastor; comparto su sufrimiento».

Y añadió: «Estos delitos, que constituyen una grave traición a la confianza, deben ser condenados de modo inequívoco. Éstos han provocado gran dolor y han dañado el testimonio de la Iglesia» (Cf. Zenit, 19 de julio de 2008).

Lorena Portocarrero, de 25 años, laica consagrada que estuvo en la quinta fila en la catedral de Santa María cuando el Papa pronunció estas palabras, aseguró a Zenit que no quedó la menor duda de que se sentía realmente mortificado por estos actos perpetrados por otras personas.

«Se le veía realmente compungido e insistió en que comprende el dolor que ha provocado a los demás». afirma Portocarrero, que forma parte de la Comunidad Mariana de la Reconciliación en Sydney. 

«Demostró mucha humildad y habló de corazón», dijo. «Yo me sentía feliz y triste al mismo tiempo. Me siento contenta porque el jefe de la Iglesia es capaz de pedir perdón a la gente por los abusos de los miembros de la Iglesia, que causan daño a la gente a la que deberían servir».

John Paul Escarlan, de 24 años, estudiante en el seminario del Espíritu Santo en Parramatta, Sydney, considera que las palabras del Papa «son un recordatorio para no traicionar la confianza de la gente a la que debo servir».

«Me ha conmovido lo que ha dicho», Escarlan admite. «Si bien el Papa no ha cometido esos abusos, me impresionó la humildad que nos ha manifestado».

«Lo más importante que que podía hacer es pedir perdón a las víctimas que han quedado heridas por alguien de la Iglesia», concluye el seminarista.

Por Anthony Barich

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ZENIT Staff

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