El predicador del Papa comenta el picnic más feliz de la historia

El pasaje evangélico de la liturgia del domingo

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 31 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del próximo domingo.

  XVIII Domingo del tiempo ordinario

  Isaías 55, 1-3; Romanos 8,35.37-30; Mateo 14, 13-21

Todos comieron y quedaron saciados

Un día Jesús se había retirado en un lugar solitario, en la orilla del mar de Galilea. Pero cuando se disponía a desembarcar, encontró una gran multitud que le esperaba. «Sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos». Los habló del Reino de Dios. Ahora bien, mientras tanto se hizo de noche. Los apóstoles le sugirieron que despidiera a la muchedumbre, para que pudieran encontrar algo para comer en los pueblos cercanos. Pero Jesús les dejó de piedra, diciéndoles en alto para que todos escucharan: «Dadles vosotros de comer». «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces», le responden desconcertados. Jesús pide que se los lleven. Invita a todos a sentarse. Toma los cinco panes y los dos peces, reza, da gracias al Padre, después ordena distribuir todo a la multitud. «Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos». Eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños, dice el Evangelio. ¡Fue el picnic más feliz en la historia del mundo!

¿Qué nos dice este evangelio? En primer lugar, que Jesús se preocupa y «siente compasión» de todo el hombre, cuerpo y alma. A las almas les da la palabra, a los cuerpos la curación y la comida. Alguno podría decir: «Entonces, ¿por qué no lo hace también hoy? ¿Por qué no multiplica el pan entre tantos millones de hambrientos que hay sobre la tierra?». El evangelio de la multiplicación de los panes ofrece un detalle que nos puede ayudar a encontrar la respuesta. Jesús no sonó los dedos para que apareciera, como por arte de magia, pan y pescado para todos. Preguntó qué tenían; invitó a compartir lo poco que tenían: cinco panes y dos peces.

Hoy hace lo mismo. Pide que pongamos en común los recursos de la tierra. Sabemos perfectamente que, al menos desde el punto de vista alimenticio, nuestra tierra sería capaz de dar de comer a varios miles de millones de personas más de los actuales. Pero, ¿cómo podemos acusar a Dios de no dar pan suficiente para todos, cuando cada día destruimos millones de toneladas de alimentos que llamamos «excedentes» para que no bajen los precios? Mejor distribución, mayor solidaridad y capacidad para compartir: la solución está aquí.

Lo sé, no es tan fácil. Se da la manía de los armamentos, hay gobernantes irresponsables que contribuyen a mantener a muchas poblaciones en el hambre. Pero una parte de la responsabilidad recae también en los países ricos. Nosotros somos ahora esa persona anónima (un muchacho, según uno de los evangelistas) que tiene cinco panes y dos peces; sólo que los tenemos muy bien guardados y tenemos cuidado para nos entregarlos no vaya a ser que se repartan entre todos.

La manera en que se describe la multiplicación de los panes y de los peces («levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente») siempre ha recordado la multiplicación de ese otro pan que es el cuerpo de Cristo. Por este motivo, las representaciones más antiguas de la Eucaristía nos muestran un cesto con cinco panes y, al lado, dos peces, como el mosaico descubierto en Tabga, en Palestina, en la iglesia construida en el lugar de la multiplicación de los panes, o en el famoso fresco de las catacumbas de Priscila en Roma.

En el fondo, lo que estamos haciendo en este momento también es una multiplicación de los panes: el pan de la Palabra de Dios. Yo he roto el pan de la Palabra e Internet ha multiplicado mis palabras de manera que más de cinco mil hombres, también en esta ocasión, han comido y han quedado saciados. Queda una tarea: recoger «los trozos sobrantes», hacer llegar la palabra también a quien no ha participado en el banquete. Convertirse en «repetidores» y testigos del mensaje.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]

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ZENIT Staff

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