CAGLIARI, lunes, 8 septiembre 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció este domingo Benedicto XVI antes de rezar el Ángelus junto a miles de peregrinos congregados ante el Santuario de Nuestra Señora de Bonaria en Cagliari (Cáller), en la isla italiana de Cerdeña.

 



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Queridos hermanos y hermanas:

Al final de esta solemne celebración eucarística, deseo renovar a todos mi saludo y mi acción de gracias. En particular, quiero saludar y dar las gracias por su acogida y representación al señor Silvio Berlusconi, presidente del Consejo de Ministros, al señor Giovanni Letta, subsecretario, y a todas las autoridades civiles y militares presentes. Por último, dirijamos de nuevo nuestra mirada hacia la "dulce Reina de los sardos", venerada en esta montaña de Bonaria.

A través de los siglos, ¡cuántos personajes ilustres han venido a rendirle homenaje! ¡Cuántos de mis predecesores han querido honrarla con particular cariño! El beato Pío IX decretó su coronación; san Pío X, hace cien años, la proclamó patrona de toda Cerdeña; Pío XII, hace 50 años, se hizo presente espiritualmente con un mensaje transmitido en directo por Radio Vaticano y el beato Juan XXIII, en 1960, envió una carta con motivo de la reapertura del santuario al culto, tras su restauración.

El primer Papa que regresó a la isla, después de 1650 años, fue el siervo de Dios Pablo VI, quien visitó el santuario el 24 de abril de 1970. Y ante la sagrada imagen de la Virgen también rezó el querido Juan Pablo II, el 20 de octubre de 1985. Siguiendo las huellas de los papas que me han precedido, también he escogido el Santuario de Bonaria para realizar una visita pastoral que quiere abrazar espiritualmente a toda Cerdeña.

A María hemos encomendado hoy de nuevo la ciudad de Cagliari, de Cerdeña, y cada uno de sus habitantes. Que la Virgen santa siga velando sobre todos y sobre cada uno de ellos, para que el patrimonio de valores evangélicos se transmita íntegramente a las nuevas generaciones y para que Cristo reine en la familias, en las comunidades y en los diferentes ámbitos de la sociedad. Que en particular la Virgen proteja a cuantos, en este momento, tienen más necesidad de su intervención maternal: los niños y los jóvenes, los ancianos y las familias, los enfermos y todos los que sufren.

Conscientes del papel importante que desempeña María en la existencia de cada uno de nosotros, como hijos devotos festejamos hoy su nacimiento. Este acontecimiento constituye una etapa fundamental para la familia de Nazaret, cuna de nuestra redención; un acontecimiento que nos afecta a todos, pues cada uno de los dones que Dios le ha concedido a ella, la Madre, lo ha hecho pensando también en cada uno de nosotros, sus hijos. Por este motivo, con inmenso reconocimiento, pedimos a María, Madre del Verbo encarnado y Madre nuestra, que proteja a cada mamá terrena: a aquéllas que, junto al marido educan a los hijos en un contexto familiar armonioso, y a aquéllas que, por muchos motivos, tienen que afrontar solas una tarea tan ardua. Que todas puedan desempeñar con entrega y fidelidad su servicio cotidiano en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. ¡Que para todas la Virgen sea apoyo, consuelo y esperanza!

Ante la mirada de María quiero recordar a las queridas poblaciones de Haití, duramente afectadas en los días pasados por tres huracanes. Rezo por las víctimas, por desgracia numerosas, y por los sin techo. Estoy junto a toda la nación y deseo que reciba cuanto antes las ayudas necesarias. A todos encomiendo a la protección maternal de Nuestra Señor de Bonaria.



[Traducción del italiano realizada por Jesús Colina

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