LOURDES, domingo, 14 septiembre 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI constató junto a los obispos franceses este domingo que la crisis de la familia es una de las preocupaciones más grandes de la Iglesia e invitó a los prelados a ser heraldos de la indisolubilidad del matrimonio, tratando con afecto a todos, también a los divorciados vueltos a casar.
En su largo discurso, pronunciado ante más de cien obispos, ordinarios, auxiliares, y eméritos, en el que analizó los puntos más calientes de la actualidad eclesial, el Papa prestó particular atención a las «verdaderas borrascas» que tiene que afrontar la célula fundamental de la sociedad.
Leyó este pasaje con más calma y delicadeza, manifestando siempre una atenta comprensión a los obispos por las dificultades que tienen que afrontar en su labor pastoral. De hecho, reconoció, por sus contactos con los obispos la familia constituye un problema sentido por todas y cada una de las diócesis.
«Sabemos que el matrimonio y la familia se enfrentan ahora a verdaderas borrascas», afirmó. «Los factores que han llevado a esta crisis son bien conocidos y, por tanto, no me demoraré en enumerarlos».
Según el Santo Padre, «desde hace algunas décadas, las leyes han relativizado en diferentes países su naturaleza de célula primordial de la sociedad».
«A menudo, las leyes buscan acomodarse más a las costumbres y a las reivindicaciones de personas o de grupos particulares que a promover el bien común de la sociedad».
«La unión estable entre un hombre y una mujer, ordenada a construir una felicidad terrenal, con el nacimiento de los hijos dados por Dios, ya no es, en la mente de algunos, el modelo al que se refiere el compromiso conyugal. Sin embargo, la experiencia enseña que la familia es el pedestal sobre el que descansa toda la sociedad», indicó.
Además, recordó, «el cristiano sabe que la familia es también la célula viva de la Iglesia. Cuanto más impregnada esté la familia del espíritu y de los valores del Evangelio, tanto más la Iglesia misma se enriquecerá y responderá mejor a su vocación».
Por otra parte, reconoció y alentó los esfuerzos de los obispos «para dar vuestro apoyo a las diferentes asociaciones dedicadas a ayudar a las familias». Reconoció su valentía para presentar «contracorriente» los principios que son la fuerza y la grandeza del sacramento del Matrimonio».
«La Iglesia quiere seguir siendo indefectiblemente fiel al mandato que le confió su Fundador, nuestro Maestro y Señor Jesucristo. Nunca deja de repetir con Él: ‘Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre’ (Mt 19,6)».
Por eso, aclaró, «la Iglesia no se ha inventado esta misión, sino que la ha recibido».
«Ciertamente, nadie puede negar que ciertos hogares atraviesan pruebas, a veces muy dolorosas. Habrá que acompañar a los hogares en dificultad, ayudarles a comprender la grandeza del matrimonio y animarlos a no relativizar la voluntad de Dios y las leyes de vida que Él nos ha dado».
«Una cuestión particularmente dolorosa es la de los divorciados y vueltos a casar», reconoció. «La Iglesia, que no puede oponerse a la voluntad de Cristo, mantiene con firmeza el principio de la indisolubilidad del matrimonio, rodeando siempre del mayor afecto a quienes, por los más variados motivos, no llegan a respetarla».
Por esto, concluyó, «no se pueden aceptar, pues, las iniciativas que tienden a bendecir las uniones ilegítimas. La exhortación apostólica Familiaris consortio ha indicado el camino abierto por una concepción respetuosa de la verdad y de la caridad».