ROMA, miércoles 17 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- La misión principal del obispo ha sido y sigue siendo aún la misma: construir y alimentar la comunión en la Iglesia, entre los propios obispos y en el pueblo.
Así lo afirmó ayer el cardenal Tarsicio Bertone, según informa L’Osservatore Romano, en la homilía de la misa de inauguración del congreso que reúne estos días en Roma a alrededor de 120 obispos ordenados en los últimos doce meses.
El congreso, que se celebra en el Pontificio Ateneo Regina Apostolorum de Roma, está organizado por la Congregación para los Obispos, en colaboración con la Congregación para las Iglesias Orientales.
El objetivo del simposio es ofrecer a los nuevos prelados la experiencia y el testimonio de importantes miembros de la Curia Romana, de otros obispos y de expertos en temas de actualidad que afecten a su recién estrenado ministerio pastoral.
El cardenal Bertone, dirigiéndose a los nuevos obispos, les auguró que escuchar estas experiencias «les ayude a desarrollar mejor su ministerio episcopal, una tarea cada vez más ardua dada la complejidad de la moderna sociedad globalizada y las exigencias de la evangelización».
Estos desafíos, explicó el purpurado, no requieren solamente una «adecuada formación personal, doctrinal y pastoral», sino sobre todo «una espiritualidad profunda que cultive el diálogo íntimo con el Señor Jesús y la escucha atenta de los hermanos».
«Es necesario hacer crecer la cultura y la espiritualidad de la unidad dentro de la Iglesia, y una comunión cada vez más solidaria entre los obispos, llamados a ser los primeros incansables constructores, testigos y ministros de la unidad y de la comunión», añadió.
El papel del obispo es, por tanto, según el cardenal Bertone, «custodiar atentamente la comunión eclesial y promoverla y defenderla vigilando constantemente sobre el rebaño del que habéis sido constituidos pastores».
«La Iglesia no es un bloque monolítico, sino una unidad viva capaz de armonizar y orientar al bien común cada función, carisma y ministerio», añadió.
Por otro lado, insistió en la necesidad de que los obispos sean los primeros testigos de la fe, «de una fe intrépida y valiente, capaz de adherirse a Cristo hasta el sacrificio de la vida. Si es necesario».
«La Iglesia, y en primer lugar sus pastores, tienen el deber de suscitar y educar en la fe, y al mismo tiempo, tienen la misión de proclamar y dar testimonio incansable de la gratuidad de la salvación», concluyó el cardenal Bertone.