Laicidad, sí; laicismo, no

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado 20 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo de monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el tema «Laicidad, sí; laicismo, no».

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VER

Avanza el consenso de diferenciar laicidad y laicismo. Laicidad es respetar las diferentes opciones de fe, en un marco jurídico de libertad religiosa para todos; es que el Estado ni imponga una religión a los ciudadanos, ni la obstruya. Laicismo es el rechazo a todo lo ligado a una concepción creyente; es pretender que ni Dios ni las Iglesias tengan cabida en la vida pública; es eliminar todo rastro religioso en las leyes y en las instituciones.

Con motivo de la reciente visita del Papa Benedicto XVI a Francia, es clarificador lo dicho por éste y por el Presidente de ese país.

JUZGAR

Nicolás Sarkozy, en un discurso que pronunció en Roma en diciembre pasado, dijo: «Ya nadie contesta que el régimen francés de la laicidad es hoy una garantía de libertad: libertad de creer o de no creer, libertad de practicar una religión y libertad de cambiar, libertad de no ser herido en su conciencia por prácticas ostensibles, libertad para los padres de dar a los hijos una educación conforme a sus creencias, libertad de no ser discriminado por la administración en función de su creencia. La laicidad se presenta como una necesidad y una oportunidad. La laicidad no debería ser la negación del pasado. No tiene el poder de desgajar a Francia de sus raíces cristianas. Ha tratado de hacerlo. No hubiera debido. Una nación que ignora la herencia ética, espiritual, religiosa de su historia comete un crimen contra su cultura, contra el conjunto de su historia, de patrimonio, de arte y de tradiciones populares que impregna tan profunda manera de vivir y pensar. Arrancar la raíz es perder el sentido, es debilitar el cimiento de la identidad nacional, y secar aún más las relaciones sociales que tanta necesidad tienen de símbolos de memoria. Tenemos que asumir las raíces cristianas de Francia, es más valorarlas, defendiendo la laicidad finalmente llegada a madurez. Hago un llamamiento a una laicidad positiva, es decir, una laicidad que velando por la libertad de pensamiento, de creer o no creer, no considera las religiones como un peligro, sino como una ventaja».

Respondiendo a una pregunta de los periodistas durante el vuelo Roma-París, el Papa dijo: «Me parece evidente que la laicidad no está en contradicción con la fe. Diría incluso que es un fruto de la fe, pues la fe cristiana era, desde el inicio, una religión universal, por tanto, no se identificaba con un Estado y estaba presente en todos los Estados».

En París, agregó: «En torno a las relaciones entre campo político y campo religioso, Cristo ya ofreció el criterio para encontrar una justa solución a este problema al responder a una pregunta que le hicieron afirmando: ‘Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’. La Iglesia en Francia goza actualmente de un régimen de libertad. La desconfianza del pasado se ha transformado paulatinamente. Usted, Señor Presidente, utilizó la expresión ‘laicidad positiva’ para designar esta comprensión más abierta. En este momento histórico en el que las culturas se entrecruzan cada vez más entre ellas, estoy profundamente convencido de que una nueva reflexión sobre el significado auténtico y sobre la importancia de la laicidad es cada vez más necesaria. En efecto, es fundamental, por una parte, insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos, como la responsabilidad del Estado hacia ellos y, por otra parte, adquirir una más clara conciencia de las funciones insustituibles de la religión para la formación de las conciencias y de la contribución que puede aportar, junto a otras instancias, para la creación de un consenso ético de fondo en la sociedad».

ACTUAR

Sigamos aclarando conceptos y derechos. Los obispos no pretendemos que el Estado imponga el catolicismo a todos los mexicanos, sino que los ciudadanos de cualquier credo tengamos plenos derechos a ejercer la libertad religiosa. Ni un catolicismo impuesto a la fuerza, ni negación a los creyentes para confesar y practicar pública y abiertamente su fe, superando cortapisas que aún tiene nuestra legislación.

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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ZENIT Staff

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