La visión ortodoxa y católica de la economía y la sociedad tienen mucho en común

El metropolita Kiril prologa un libro del cardenal Bertone sobre doctrina social

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MOSCÚ, viernes 26 de septiembre de 2008 (ZENIT.org).- La concepción del bien común como algo no meramente material, y de los principios éticos que deben regir la economía y el mercado, son una cuestión que acerca a ortodoxos y católicos.

Así se ha puesto de manifiesto este viernes durante la presentación en Moscú de un libro sobre Doctrina Social de la Iglesia, escrito por el cardenal secretario de Estado, cardenal Tarsicio Bertone, y prologado por el metropolita Kirill de Smolensk y Kaliningrado.

En la presentación han estado presentes, por parte de la Iglesia Ortodoxa el obispo Mark de Egorievsk, vicepresidente del Departamento de Relaciones Eclesiásticas externas del Patriarcado de Moscú, y por parte de la Iglesia católica, el nuncio apostólico, el arzobispo Antonio Mennini y un representante del arzobispo católico de Moscú, monseñor Paolo Pezzi.

Según explica en el prólogo del libro el metropolita Kirill, en este libro escrito por el cardenal Bertone «se encuentran muchas sintonías con la Doctrina Social de la Iglesia Ortodoxa Rusa», lo que en su opinión «dará un importante impulso al diálogo» entre ambos.

En este sentido, el jerarca explica los nudos fundamentales del pensamiento ortodoxo en esta materia, en particular la visión del concepto de bien común como «fraternidad», algo en lo que concuerda con el cardenal Bertone.

«Se trata de un concepto perfectamente compatible con el pensamiento ortodoxo», añade en su prólogo, que ha sido publicado por L’Osservatore Romano, en su edición italiana del 25 de septiembre.

El concepto ortodoxo del bien común, explicó, «no se reduce sólo al bienestar material, a la paz y la armonía en la vida terrena, sino que se refiere principalmente a la aspiración del hombre y de la sociedad a la vida eterna, que es el sumo bien».

Esto no significa que la Ortodoxia «niegue el aspecto material de la existencia humana», sino que «invita a poner prioridades»: «los bienes materiales no son una condición irrenunciable de la salvación, y por tanto su adquisición no debe convertirse en un fin en sí misma».

«La historia muestra claramente que sólo la aspiración a un fin superior, la capacidad de sacrificar los bienes terrenos en favor de los bienes del cielo, la capacidad de ponerse tareas de orden superior, espiritual, hacen vital a la sociedad y dan significado a la vida de cada persona», recalca.

En el acervo cultural ruso, añade el metropolita, «está inscrita la prioridad de los bienes espirituales sobre los materiales, junto con otra fuerte tradición de cuidado en la gestión de los bienes materiales, que nos dan la posibilidad de realizar buenas acciones».

Es perfectamente coherente con el pensamiento ortodoxo «trabajar con honradez para aumentar de forma eficiente los bienes materiales destinados a hacer el bien a los demás», añade. «Quien lo hace así cumple con una obra divina».

«El dinero es sólo un medio para alcanzar un fin. Debe estar siempre en movimiento, en circulación. El trabajo auténtico, totalmente apasionante, esa es la verdadera riqueza del empresario. La ausencia del culto al dinero emancipa al hombre, le hace libre interiormente», considera.

Recuperar la «gratuidad»

Por su parte, el cardenal Tarsicio Bertone, explica en esta obra que el concepto del bien común para los católicos no se limita a las ideas de justicia y solidaridad, propias del utilitarismo filosófico, sino que hay que introducir la idea de «reciprocidad», que permite una concepción más amplia de las relaciones sociales.

En este sentido, aclara, la gran contribución del pensamiento católico es la de introducir, en el esquema filosófico utilitarista que considera las relaciones sociales como un intercambio entre el «yo» y el «tú», basado en un contrato, la idea de un «tercero», basada en el concepto de «fraternidad».

«Mientras el principio de solidaridad es un principio de organización social que tiende a hacer iguales a los diversos, el principio de fraternidad consiente a los iguales afirmar su propia diversidad», explica.

Esta sociedad fraterna que postula la Doctrina Social, añadió el cardenal Bertone, va más allá de la justicia y la solidaridad, pues añade «la dimensión de la gratuidad -la caridad-, y por tanto la posibilidad de la esperanza».

Las sociedades modernas, subraya, «deben apoyarse en tres principios autónomos: el intercambio (a través del contrato), la redistribución de la riqueza (a través del sistema fiscal) y la reciprocidad (a través de las obras que testifican con los hechos la fraternidad)».

«El cristiano no puede contentarse con un horizonte político que mire a una sociedad justa, sino que debe mirar también a una sociedad fraterna», añade.

Según el purpurado, «Europa no sería la misma sin los benedictinos o los franciscanos, incluso desde el punto de vista social y económico. Los carismas sociales de las órdenes religiosas entre los siglos XVIII y XIX, que han dado vida a hospitales, escuelas y obras caritativas, han marcado el nacimiento y el desarrollo del moderno Estado social».

Se refiere también a las instituciones bancarias católicas, especialmente a las cajas de crédito y el Monte de Piedad, como grandes contribuciones del cristianismo a la sociedad.

El desafío hoy es, según el cardenal Bertone, abrir espacios «para el don» en las sociedades contemporáneas. Un «don», basado en la gratuidad, al que hoy se le niega espacios en favor de la «solidaridad», basada en el gasto social.

En este sentido, asevera, la encíclica «Deus caritas est» de Benedicto XVI invita a «restituir el principio de la gratuidad en la esfera pública».

«El mensaje central de esta encíclica es el de pensar en la gratuidad, es decir, en la fraternidad como punto de referencia de la condición humana, y por tanto, ver en el ejercicio del don el presupuesto indispensable para que el Estado y el mercado puedan funcionar teniendo en mira el bien común».

Por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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