CIUDAD DEL VATICANO, martes 6 enero 2009 (ZENIT.org).- En tiempos de profunda crisis social, o en medio de la violencia, Benedicto XVI aseguró en la solemnidad de la Epifanía del Señor que Cristo es la auténtica esperanza.
La resurrección de Jesús, con la que venció el poder de la muerte, afirmó es la «convicción» que «sostiene el camino de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, a través de las sendas de la historia».
«No hay sombra, por más tenebrosa que sea, capaz de oscurecer la luz de Cristo. Por este motivo, en los creyentes en Cristo no desfallece nunca la esperanza, y tampoco hoy, ante la gran crisis social y económica en que se encuentra sumida la humanidad», aseguró el pontífice.
Esta esperanza se impone «ante el odio y la violencia destructora que no dejan de ensangrentar muchas regiones de la tierra, ante el egoísmo y la pretensión del hombre de erigirse como dios de sí mismo, que lleva en ocasiones a peligrosas alteraciones en el designio divino sobre la vida y la dignidad del ser humano, sobre la familia y la armonía de la creación».
«Nuestro esfuerzo por liberar la vida humana y el mundo del envenenamiento y la contaminación que podrían destruir el presente y el futuro, conserva su valor y su sentido», aseguró citando su encíclica Spe salvi, «aunque aparentemente no tengamos éxito o parezca que somos impotentes ante las fuerzas hostiles».
«Lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada en las promesas de Dios», añadió citando el número 35 de su segunda encíclica.
En este contexto, aseguró, la Iglesia «no puede enorgullecerse de nada, sino de su Señor: de ella no procede la luz, la gloria no es suya».
«Pero precisamente ésta es su alegría, que nadie puede quitarle: ser ‘signo e instrumento’ de quien es ‘lumen gentium’, luz de los pueblos», dijo citando las dos primeras palabras de la constitución dogmática del Concilio Vaticano II.
Por eso, el Papa concluyó dirigiéndose a los miles de peregrinos que llenaban el templo católico más grande del planeta con estas palabras: «rezad por nosotros, pastores de la Iglesia, para que, asimilando cotidianamente la Palabra de Dios, podamos transmitirla fielmente a nuestros hermanos».
«Pero también nosotros rezamos por vosotros, fieles, pues todo cristiano está llamado por el Bautismo y la Confirmación a anunciar a Cristo, luz del mundo, con la palabra y el testimonio de la vida», añadió.
Tras celebrar la eucaristía, el Papa presidió desde la ventana de su estudio la oración mariana del Ángelus, ante los miles de fieles que se habían congregado en una fiesta de Reyes Magos en la plaza de San Pedro.
En su alocución, reflexionó sobre la «actitud de hostilidad o ambigüedad, o superficialidad» que tanto los hombres de la época de Jesús como los contemporáneos manifiestan ante el Salvador.
A esa actitud, Benedicto XVI contrapuso el misterio del verdadero Dios, que nos sale al encuentro con la desarmante mansedumbre del amor».
Jesús, aseguró, «es el Dios de la misericordia y de la fidelidad; quiere reinar con el amor y la verdad y nos pide que nos convirtamos, que abandonemos las obras malas y que recorramos con decisión el camino del bien».