Discurso del Papa a miembros del Camino Neocatecumenal

En el cuadragésimo aniversario de sus inicios en Roma

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 11 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI en la tarde de este sábado en su encuentro con los miembros del Camino Neocatecumenal de la diócesis de Roma, en la Basílica Vaticana, con motivo de los cuarenta años del inicio de esta realidad eclesial en la ciudad eterna.

 

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Queridos hermanos y hermanas:

Con gran alegría os recibo hoy tan numerosos con motivo del cuadragésimo aniversario del inicio del Camino Neocatecumenal en Roma, que ya cuenta actualmente con 500 comunidades. A todos os dirijo mi cordial saludo. De manera particular, saludo al cardenal vicario, Agostino Vallini, así como al cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, que con entrega os ha seguido en el camino de aprobación de vuestros Estatutos. Saludo a los responsables del Camino Neocatecumenal: al señor Kiko Argüello, a quien doy las gracias cordialmente por las palabras con las que ha interpretado los sentimientos de todos vosotros, a la señora Carmen Hernández y al padre Mario Pezzi. Saludo a las comunidades que salen de misión hacia las periferias más necesitadas de Roma, a las que van de «missio ad gentes» en los cinco continentes, a las 200 nuevas familias itinerantes, a los 700 catequistas itinerantes responsables del Camino Neocatecumenal en las diferentes naciones.

Nuestro encuentro tiene lugar significativamente en la Basílica Vaticana, construida en el sepulcro del apóstol Pedro. Fu precisamente él, el príncipe de los apóstoles, quien respondiendo a la pregunta con la que Jesús interpelaba a los doce sobre su identidad, confesó con empuje: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mateo 16,16). Hoy os habéis reunido aquí para renovar esta misma profesión de fe. Vuestra presencia, tan numerosa y animada, testimonia los prodigios realizados por el Señor en los cuatro decenios pasados; indica también el compromiso con el que queréis continuar vuestro camino iniciado, un camino de fiel seguimiento de Cristo y de valiente testimonio de su Evangelio, no sólo aquí en Roma, sino allí donde la Providencia os lleve; un camino de dócil adhesión a las directivas de los pastores y de comunión con todos los demás componentes del Pueblo de Dios. Queréis hacer esto, siendo conscientes de que ayudar a los hombres de nuestro tiempo a encontrar a Jesucristo, redentor del hombre, constituye la misión de la Iglesia y de todo bautizado. El Camino Neocatecumenal se integra en esta misión eclesial como una de las numerosas sendas suscitadas por el Espíritu Santo con el Concilio Vaticano II para la nueva evangelización.

Todo comenzó aquí, en Roma, hace cuarenta años, cuando en la parroquia de los Santos Mártires Canadienses se constituyeron las primeras comunidades del Camino Neocatecumenal. ¿Cómo no bendecir al Señor por los frutos espirituales que, a través del método de evangelización que aplicáis, se han podido recoger en estos años? ¡Cuántas frescas energías apostólicas se han suscitado tanto entre los sacerdotes como entre los laicos! ¡A cuántos hombres y mujeres, y a cuantas familias que se habían alejado de la comunidad eclesial o que habían abandonado la práctica de la vida cristiana, a través del anuncio del kerygma y del itinerario de redescubrimiento del Bautismo se les ha ayudado a volver a encontrar la alegría de la fe y el entusiasmo del testimonio evangélico! La reciente aprobación de los Estatutos del Camino por parte del Consejo Pontificio para los Laicos ha sellado la estima y la benevolencia con que la Santa Sede sigue la obra que el Señor ha suscitado a través de sus iniciadores. El Papa, obispo de Roma, os da las gracias por el generoso servicio que ofrecéis a la evangelización de esta ciudad y por vuestra entrega para llevar el anuncio cristiano en todos los ambientes.

Vuestra acción apostólica que ya es tan benemérita será aún más eficaz en la medida en que os esforcéis por cultivar constantemente ese anhelo por la unidad que Jesús comunicó a los doce en la Última Cena. Antes de la Pasión, de hecho, nuestro Redentor rezó intensamente para que sus discípulos fueran una sola cosa para que el mundo sea impulsado a creer en Él (Cf. Juan 17,21). Esta unidad, don del Espíritu Santo e incesante búsqueda de los creyentes, hace de cada comunidad una articulación viva y bien integrada en el Cuerpo místico de Cristo. La unidad de los discípulos del Señor pertenece a la esencia de la Iglesia y es condición indispensable para que su acción evangelizadora resulte fecunda y creíble. Sé con cuánto celo están actuando las comunidades del Camino Neocatecumenal en 103 parroquias de Roma. Mientras os aliento a continuar en este compromiso, os exhorto a intensificar vuestra adhesión a todas las directivas del cardenal vicario, mi colaborador directo en el gobierno pastoral de la diócesis. La integración orgánica del Camino en la pastoral diocesana y su unidad con las demás realidades eclesiales beneficiarán a todo el pueblo cristiano y harán más fecundo el esfuerzo de la diócesis a favor de un anuncio renovado del Evangelio en nuestra ciudad. De hecho, hoy hace falta una amplia acción misionera que involucre a las diferentes realidades eclesiales, las cuales, conservando cada una la originalidad del propio carisma, deben operar con concordia, tratando de realizar esa «pastoral integrada» que ya ha permitido alcanzar resultados significativos. Y vosotros, al poneros con plena disponibilidad al servicio del obispo, como recuerdan vuestros Estatutos, podréis ser ejemplo para muchas Iglesias locales, que ven con razón en la de Roma un modelo de referencia.

Hay otro fruto espiritual madurado en estos cuarenta años por el que quisiera dar gracias con vosotros a la divina Providencia: es el gran número de sacerdotes y de personas consagradas que el Señor ha suscitado en vuestras comunidades. Muchos sacerdotes están comprometidos en las parroquias y en otros campos de apostolado diocesano, muchos son misioneros itinerantes en varias naciones: ofrecen un generoso servicio a la Iglesia de Roma, y la Iglesia de Roma ofrece un precioso servicio a la evangelización en el mundo. ¡Es una verdadera «primavera de esperanza» para la comunidad diocesana de Roma y para la Iglesia! Doy las gracias al rector y a sus colaboradores del seminario Redemptoris Mater de Roma por la obra educativa que desempeñan. Su tarea no es fácil, pero muy importante para el futuro de la Iglesia. Les aliento, por tanto, a continuar con esta misión, adoptando las orientaciones formativas propuestas tanto por la Santa Sede como por la diócesis. El objetivo que deben buscar todos los formadores es el de preparar presbíteros bien integrados en el presbiterio diocesano y en la pastoral tanto parroquial como diocesana.

Queridos hermanos y hermanas: la página evangélica que ha sido proclamada nos ha recordado las exigencias y las condiciones de la misión apostólica. Las palabras de Jesús, que nos refiere el evangelista san Mateo, resuenan como una invitación a no desalentarnos ante las dificultades, a no buscar éxitos humanos, a no tener miedo de las incomprensiones e incluso de las persecuciones. Alientan más bien a poner la confianza únicamente en la potencia de Cristo, a tomar la «propia cruz» y a seguir las huellas de nuestro Redentor que, en este tiempo de Navidad que ya termina, se nos ha aparecido en la humildad y en la pobreza de Belén. Que la Virgen santa, modelo de todo discípulo de Cristo y «casa de bendición», como habéis cantado, os ayude a realizar con alegría y fidelidad el mandato que la Iglesia os confía con confianza. Mientras os doy las gracias por el servicio que ofrecéis en la Iglesia de Roma, os aseguro mi oración y de corazón os bendigo a los que estáis aquí presentes y a todas las comunidades del Camino Neocatecumenal esparcidas por todas las partes del mundo
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 [Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2009 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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