CIUDAD DE MÉXICO, miércoles, 14 enero 2009 (ZENIT.org-El Observador).- La crisis de la familia no es sólo una crisis moral, es una crisis más profunda, antropológica –de concepción de la mujer y del hombre–, que explica legislaciones contra la familia, subrayó el cardenal Marc Ouellet, P.S.
El arzobispo de Quebec ilustró, en la jornada inaugural del Congreso Teológico Pastoral con el que comenzó este miércoles el VI Encuentro Mundial de la Familia, el actual «trastorno de los valores», que explica la adopción en algunos países de leyes que dan el reconocimiento jurídico del matrimonio a parejas homosexuales, incluyendo la posibilidad de la adopción.
En juego está, según el primado de Canadá, una «batalla cultural», en la que «una visión del mundo sin Dios intenta suplantar la herencia judeocristiana», con daños graves «en el plano humano, social y religioso».
Como consecuencia, constata el cardenal, de 64 años, a la fragilidad creciente de las parejas se han añadido los problemas graves y educativos ligados a la pérdida de los modelos paternos y a la influencia de corrientes de pensamiento que rechazan los mismos fundamentos de la institución familiar».
Esta crisis antropológica, indicó, particularmente extendida en Occidente, ha sido promovida en buena medida por la ideología del género (gender theory), que desnaturaliza «la realidad del matrimonio y de la familia replanteando la noción de la pareja humana a partir de los deseos subjetivos del individuo, haciendo prácticamente insignificante la diferencia sexual, hasta el punto de tratar de forma equivalente la unión heterosexual y las relaciones homosexuales».
«Según esta teoría –aclaró–, la diferencia sexual inscrita en la realidad biológica del hombre y de la mujer no influye de modo significante en la identidad sexual de los individuos porque ésta es el resultado de una orientación subjetiva y de una construcción social».
«Bajo la presión de estas ideologías a veces abiertamente anticristianas, ciertos Estados proceden a legislaciones que replantean el sentido del matrimonio, de la procreación, de la filiación y de la familia, sin tener en cuenta las realidades antropológicas fundamentales que estructuran las relaciones humanas».
«Varias organizaciones internacionales participan en este movimiento de destrucción del matrimonio y de la familia en provecho de ciertos grupos de presión bien organizados que persiguen sus propios intereses en detrimento del bien común», denunció.
«La Iglesia católica critica fuertemente estas corrientes culturales que obtienen demasiado fácilmente el apoyo de los medios modernos de comunicación», pues trastocan la naturaleza misma del hombre y de la mujer.
Ante este panorama, el purpurado propuso casi tres decenios después redescubrir las propuestas que hizo Juan Pablo II en la exhortación apostólica postsinodal «Familiaris Consortio» (22 de noviembre de 1981).
En ella, el magisterio pontificio «define el matrimonio como una unión personal en la cual los esposos se dan y se reciben recíprocamente», explicó el cardenal canadiense.
«Al definir la esencia de la familia y su misión por el amor y no en primer lugar por la procreación, el Papa no hace una concesión dudosa a la mentalidad contemporánea», aclaró Ouellet.
Pretende alcanzar «las raíces mismas de la realidad», afirmando la continuidad íntima «entre el amor personal de los esposos y la transmisión de la vida».
De este modo, aclaró, los tres valores del matrimonio –la procreación, el amor fiel y la indisolubilidad– encuentran su «eje» en «el amor conyugal fecundo».
La intervención del cardenal Ouellet fue seguida por cerca de 8 mil asistentes a un centro de exposiciones situado el poniente de la Ciudad de México y seguida por Internet por miles de personas que se han integrado, por esta vía, a las sesiones del Congreso Teológico Pastoral que se lleva a cabo dentro del VI Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México.
Puede leerse la Conferencia del cardenal Ouellet en la sección de documentos de la página web de ZENIT (Cardenal Ouellet: La familia, educadora en los valores humanos y cristianos).
Por Jesús Colina